Los que conocemos a Nacho Gallardo -al @profenacho08- sabemos muy bien que su apodo en la red le va que ni pintiparado porque, por encima de otras muchas cosas, es profesor. Nacho es un excelente profesor, una gran persona, un hombre bastante tímido, amabilísimo y muy buen amigo y, para los que tenemos el gusto y el placer de conocerle en persona, hemos comprobado que no es un sevillano de libro: tímido, reservado, comedido, vamos, que aunque le des palmas, él controla… Afortunadamente para muchos es muy conocido por estar Entre comillas -su extraordinario blog- al que se vuelve siempre, y siempre se sacia uno de buenas prácticas, de mejores reflexiones y grandes experiencias de aula. Nacho, muchísimas gracias por tu generosidad y por este regalo a nuestros lectores: un texto preciso, certero, muy oportuno, crítico y, absolutamente, esperanzador. ¡Estamos tan a gustito…! 😉
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Hace unos meses fui invitado a una reunión de antiguos alumnos a los que hacía quince años que no veía. Como es natural, se acordaban principalmente de los suspensos a causa de la ortografía (ya no lo hago) y de algunas anécdotas ocurridas en las clases. Sin embargo, me agradó enormemente que uno de sus más vívidos recuerdos fuera la serie de cosmogonías que tuvieron que construir en Cultura Clásica. En esa tarea les propuse describir en pequeños grupos las figuras y atributos de un puñado de divinidades imaginarias e inventar posteriormente diversos mitos que explicasen la creación del mundo, el sol, la luna, los animales y plantas, los seres humanos y la ciudad. Es decir, auténtico trabajo por proyectos presentado de manera acientífica y poco organizada, que, como pude comprobar en esa cena, había generado un aprendizaje duradero.
Cuento esto porque, después de veinticinco años, aún tengo pocas certezas sobre cómo se produce el aprendizaje y, por tanto, sobre en qué debe consistir mi trabajo. Sin ninguna formación inicial en didáctica, en los comienzos intentaba reproducir los modelos que había tenido, resumiendo apuntes de la carrera para aportar los máximos contenidos posibles. A los pocos años ya comprendí que las propuestas para BUP y COU tenían muchas lagunas y me embarqué (junto a Carmen Ferrón y Jesús López Maestre) en Latintura, un proyecto interdisciplinar que pretendía profundizar en los contenidos comunes de Latín, Griego y Literatura Española y en la renovación metodológica que proponía la Reforma previa a la LOGSE.
Parecía (eso esperaba) que esa ley traería consigo el ansiado cambio metodológico. El profesorado en activo contuvo la respiración (creo, sinceramente, que muchos estuvieron dispuestos a intentarlo), pero, como nadie fue capaz de explicar convincentemente qué se esperaba de ellos, a los pocos años los enseñantes respiraron ya sin miedo, para continuar con las prácticas de siempre. El fracaso de la LOGSE ha hecho vanos todos los intentos de cambiar el sistema desde arriba; se ha asumido de manera generalizada, sin necesidad de escribirlo en ningún sitio, que la normativa no incumbe más que las cuestiones meramente burocráticas: programar, rellenar informes, cumplir horarios. Y lo importante, la metodología, la praxis diaria en las clases de cada uno, permanece siempre en el plano estrictamente privado, al que nadie se asoma ni se atreve a transformar.
Se da por supuesto que la LOE sólo modificó levemente la ley anterior, cuando, a mi parecer, consiguió concretar la propuesta de enseñar de otra forma mediante el recurso a las competencias básicas. El aprendizaje no puede seguir parcelándose de forma estricta (en virtud de los contenidos), sino que desde cualquier materia se puede desarrollar cualquier conocimiento, habilidad o capacidad. La LOMCE no ha insistido en este camino (más bien ha tomado el opuesto) y sus burdas propuestas de mejora de la educación no son lanas espesas que consigan tapar suficientemente la figura del lobo. A los que tienen puesta sus esperanzas en ella como liquidadora de la enseñanza por competencias les ruego que relean el texto recién aprobado y esperen a los decretos de desarrollo de los currículos.
Al hilo de la normativa, durante estos últimos años he ido evolucionando de manera acelerada desde una posición que acabó estancada en la comodidad de la clase magistral y el libro de texto (sí, lo confieso, yo también lo he hecho) a una práctica bastante más atrevida que tiene tres pilares fundamentalmente: un enfoque competencial y comunicativo de la lengua y la literatura; el descubrimiento del valor educativo de las herramientas de la llamada Web 2.0; y la metodología del aprendizaje basado en proyectos. Eso me ha convertido en un tipo de profesor (no siempre mejor ni peor que otros) que no “transmite” casi nada sino que construye itinerarios a los que invita a sus alumnos, caminos de aspecto inofensivo que los acercan de forma a veces inconsciente hasta los lugares deseados para que se produzca el aprendizaje. Me veo como un trampero que conduce la liebre hacia el lazo, un pescador que pretende engañar a la langosta para que entre en la nasa de la que ya no podrá salir. Voy construyendo cercas, vallas, cierro portadas para que no haya retrocesos; hago ruido, asusto para provocar huidas hacia adelante, siempre buscando alcanzar ese lugar en que la presa se rinde ante la evidencia. Construyo mis proyectos como almadrabas que llevan a los atunes al encuentro de su propio destino sangriento.
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¿Que muchas piezas escapan? ¡Claro que sí! ¿Que abandonan en el camino? ¡Por supuesto! Pero cobro más presas que cuando lanzaba sin ton ni son redes que no llegaban ni a rozar a todos los peces, con mallas mal remendadas por las que se escabullían alumnos aburridos.
Pero no voy a pecar de optimista. En estas experiencias es inevitable chocar con compañeros inseguros, estudiantes tradicionales, claustros inmóviles, familias insatisfechas, evaluaciones sumativas, departamentos inclementes, equipos directivos pusilánimes, calificaciones incomprendidas, descalificaciones comprensibles, alumnos recalcitrantes, inspectores exigentes y maleducados, funcionarios absurdos y ridículos, delincuentes presentes y futuros. A pesar de todo esto y de llevar veinticinco años en esto, aún no llega a importarme lo suficiente como para quitarme las ganas.
Nacho Gallardo @profenacho08
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