Comenzamos esta nueva temporada de Te cedo la palabra con una colaboración de lujo. Inés Andrés, compañera de la blogosfera (Lengüetrazos), amiga de encuentros tuiteros y blogueros y verdadera entusiasta de las TIC. Aunque siempre declara ser «recién llegada a la red«, «una profe novata de Lengua» tiene ya una larga expericiencia en aplicar las nuevas tecnologías al aula, de compartir, de estar convencida de que la Educación Moderna no puede repetir los errores clásicos y, sobre todo, de que hay que tratar de innovar, de recrear, de disfrutar educando… Y en esto no hay veteranías que valgan: todos estamos en el mismo camino y todas las aportaciones son pocas… Sé perfectamente que tiempo es lo único de lo que no disponemos cuando empezamos a movernos por estos mundos de la www, pero todos y cada uno de los que estamos decimos lo mismo: «merece la pena…»
¡Gracias, Inés, por tu generosa colaboración y por tu sinceridad!
Los chicos de Tres Tizas me ceden la palabra en su blog y tras superar la sensación de ¿qué hace un “piojillo” como yo en un blog como este?, comienzo a plantearme qué es lo que puedo contar. Y francamente, lo que más me apetece es compartir con otros docentes las dudas, alegrías y desvelos que estoy viviendo en estos primeros días de curso.
Tras pasar la primera quincena de septiembre sumida en la incertidumbre del dónde y por cuánto tiempo tendré destino, comencé a trabajar en un centro de Burgos, con unas condiciones que ni en sueños habría imaginado. Tengo asignados dos grupos de 2º de ESO y en una de las aulas, dispongo de PDI. La dirección del centro ha apoyado desde el primer momento mis peticiones de forma que dispongo del aula de informática una hora a la semana con cada grupo. Además, cuento con la ayuda de la compañera de compensatoria dentro del aula dos horas a la semana, algo que nunca antes había experimentado y que, tras estas semanas en las que ya hemos conectado, estoy segura de que va a ser muy beneficioso para todos. Por estas y otras razones nunca me había sentido tan a gusto en tan poco tiempo en ningún trabajo. Mis cartas son excelentes, pero la partida no ha hecho más que empezar y lo cierto es que me está costando bastante aplicar las reglas del juego.
Tengo claro que las clases que yo recibí como alumna no tienen sentido en la sociedad en la que hoy vivimos y deseo fervientemente que mis alumnos sean los protagonistas de su aprendizaje. Pero los deseos no son órdenes para la realidad y sé que no estoy abandonando mi papel de protagonista. En ocasiones, el comportamiento de los alumnos me impide despojarme del disfraz de “Rottenmeier” y no encuentro opción de trabajar de forma distinta a la habitual por miedo a que la clase se desmadre por completo. Pero reconozco que otras veces soy yo, de manera inconsciente, la que acaparo el protagonismo, aunque no lo desee y en contra de lo que me gustaría hacer. Siento que estoy tan acostumbrada a recibir clases magistrales que, aunque sí intento siempre darles voz a los alumnos, muchas veces no es la suficiente.
A esto hay se añade la dependencia absoluta que algunos alumnos tienen al libro de texto. En mi corta andadura en la docencia únicamente los he utilizado como apoyo cuando consideraba que sus contenidos podían resultar interesantes en el aula, pero para mis alumnos son un pilar esencial y cada día preguntan cuándo vamos a empezar con el libro, en qué tema está esto o en qué página pone lo que estás diciendo, profe. Se sienten perdidos con mi forma de trabajar y aunque intento guiarles y que no se despisten, creo que algunos preferirían retomar el clásico “página 5, ejercicios 2, 3 y 4”.
Si conseguir un mayor protagonismo de los alumnos y una menor dependencia hacia el libro de texto me está resultando difícil, comenzar la andadura en el uso de las TIC me parece una labor titánica. Ya he dicho que por parte del centro todo están siendo facilidades, pero aún así, hay que pelearlo mucho. No sé cuántas charlas para lograr cuadrar las horas en el aula de informática, cartas explicando a los padres lo que es un blog o el porqué de la cuenta de correo, investigar cómo narices funciona esa PDI que nunca antes habías visto (gracias, Julita), pelearte con la conexión, aguantar determinadas miradas de algunos compañeros… Detalles que quedan en nada cuando una está convencida pero que, indudablemente, conllevan un trabajo extra y mentalmente agotador.
Me ha sorprendido descubrir que mis alumnos, etiquetados por algunos como “nativos digitales”, simplemente son usuarios compulsivos de Tuenti y Youtube. Desconocían la finalidad de una cuenta de correo electrónico, no sabían cómo usarla y por supuesto, casi ninguno había visto antes un blog. Proporcionarles una formación inicial en estos aspectos ha requerido invertir un tiempo que unos pocos han interpretado como “perder horas de clase yendo a pasar el rato a los ordenadores”, con lo que en ciertos momentos, mantener un comportamiento adecuado para trabajar ha sido una tarea muy difícil.
A estas inquietudes se añaden en mi caso dos aspectos que, desde que llegué al mundo 2.0 me preocupan bastante. Por un lado, el caudal de información que ofrece la red. Sitios, materiales y recursos excepcionales que primero, aún no sé cómo organizar y segundo, me hacen sentir en deuda con mucha gente y por tanto, incómoda, pues no sé cuándo ni cómo podré compensar de alguna forma todo lo que la red me ha regalado. A día de hoy, me siento totalmente incapaz de elaborar materiales que estén a la altura de lo que he encontrado.
La otra cuestión la comentábamos hace poco algunos en Twitter: la necesidad de conciliar nuestro trabajo con nuestra vida personal. Mi jornada parcial se ha convertido en jornada total, que no completa, y aunque la familia lo entienda, es necesario encontrar la medida que conjugue ambas facetas porque de lo contrario, tu vida y la de los tuyos se complica mucho.
Pero tal vez estos sean temas para tratar en otro post. Aquí creo que ya me he extendido demasiado, así que resumiendo: aunar mi corta trayectoria en la docencia y las TIC con la ruptura de unos hábitos demasiado instalados en mis alumnos, está siendo una tarea complicada en la que aparecen momentos de frustración, dudas, inseguridad y por qué no decirlo, miedo a no estar a la altura. Pero por otro lado, dentro de su poca predisposición al trabajo, veo a mis alumnos ilusionados y contentos por trabajar de otra manera, deseosos de lo que ellos llaman “unas clases más divertidas” y no pienso tirar la toalla. Aunque no esté segura de cómo jugar, aunque a ratos me sienta en la cuerda floja y no tenga claro si estoy jugando bien estas cartas tan buenas que me han tocado, voy a dejarme la piel en la partida, con la esperanza de que sepamos disfrutar del juego y a final de curso, tanto mis alumnos como yo, resultemos ganadores.
Inés Andrés (@lajaines)