
Tú seguiste moviendo el ratón como si tal cosa. QUE ME GUSTAS –te repetí pero continuaste navegando por la Red buscando la biografía de Jovellanos. Amarré el canal diciéndotelo dulcemente al oído. Tal vez, pensé, lo habías interpretado como una simple muestra de aprecio; que me agradabas, sin más, y te habías sentido defraudada. No; no quedaba nada clara la intención comunicativa. El contexto, tampoco el contexto ayudaba lo más mínimo: qué olvidadito tenían aquellos desaboríos ilustrados al bueno de Cupido… En el mensaje no había forzado las neuronas…
En aquel segundo intento decidí tirar de léxico valorativo y apelar al receptor. En un trocito de hoja del cuaderno de Mate y, tras penosas reflexiones, me incliné por TE QUIERO MUCHO, COSITA. Pasé el mensaje a Gutiérrez; Gutiérrez se lo deslizó a Valdueza; Valdueza se lo lanzó a Pulido y éste lo dejó sobre tu mesa. Lo desplegaste, hiciste con él un burruño y terminaste de copiar la ecuación de segundo grado que el Simca escribía en la pizarra. Algo así, –me dije- chaval, se le dice a una madre o a tu tío de Cuenca pero no a la mujer de tu vida. La has cagado; trabaja un poco ese nivel de registro o vas listo. Elegante pero informal; barba de tres días.
TE QUIERO MAZO, TÍA te solté en el pasillo pero ni caso; ni una sonrisa cómplice para el emisor. Reforcé aquel verso con código gestual: caída de ojos, mano sobre el corazón, zapatillas Converse, flequillo trabajado.
TE AMO –apunté en una esquina de una lámina de dibujo. La arranqué y se la pasé a Balbas; Balbas se la deslizó a Gangoiti; Gangoiti a Tudanca y Tudanca, por fin, colocó mi telegrama junto a tus Rotrings. Lo leíste, lo hiciste pedazos y tomaste de nuevo el cartabón sin inmutarte. Sí –comprendí- sólo alguien escapado de un culebrón se declararía así; pensarías, con toda la razón, que era un perfecto capullo y actuabas en consecuencia. Con esa forma discursiva no iba a ningún lado… Daba por hecho que era un amor no correspondido. ¡¡Ataca, argumenta!! Algo así se grita, se exclama. Cambia de modalidad oracional. No hay que venirse a bajo: redundancia; bombardea su corazón. Resumiendo: ¡¡trata de arrancarlo, Carlos, por Dios; trata de arrancarlo…!!
¡¡TE DESEO!! –garabateé aceleradamente en tu pupitre a la vuelta del recreo. Dudé y a punto estuve de borrarlo: este mamón –concluirías- sólo me quiere por mi cuerpo. Al llegar, lo miraste, lógicamente, espantada y se lo enseñaste al Calambres; el Calambres se lo mostró al tutor; el tutor le fue con la historia al Prefecto y el Prefecto me llamó a su despacho donde me amenazó literalmente con empapelarme. No contaba con aquel receptor múltiple ni con aquel coloquialismo; mi confidencia se había convertido en una rueda de prensa. Yo abjuré y afirmé que aquel inocente graffiti estaba sin terminar, que el texto había sido alterado por una goma de Milán, un inoportuno ruido, y acababa con –lástima que estuviéramos en Febrero- FELIZ NAVIDAD. No se tragó la deixis temporal y me señaló la puerta.
NO ME GUSTAS, AINHOA –te solté por google talk con la vista fija en la pantalla. NO ME GUSTAS NADA –insistí. Tú, entonces, dejaste de teclear y te enjugaste una lágrima.
Te pasaste todo el trimestre acosándome con miradas y risitas y tuve que ser cortante. NO TE QUIERO, AINHOA –arañé en una hoja del cuaderno de Ciencias. Pasé el papel a Badiola; Badiola se lo deslizó a Verdugo; Verdugo -a punto, estuvo de haber aquí una interferencia– tras recogerlo subrepticiamente del suelo, se lo entregó a Montero y Montero lo dejó sobre tu libro de texto, en la página que describe a los animales vivíparos. Me montaste una escena en el gimnasio y me enviaste un montón de guasaps conativos y un correo con una lamentable modalización, veintidós emoticonos y ni una sola tilde: ni adecuado, ni coherente ni cohesionado.
QTDÉN, AINHOA! –te respondí, rabioso, por el smarthphone.
Te quería; te quería –créeme- un huevo…
Aster Navas
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