Muchos compañeros han tratado ya en sus blogs el tema de la lectura en las aulas, sus métodos, actuaciones, resultados y evaluación. Héctor Monteagudo (Aguja de marear), Carlota Bloom (En ocasiones leo libros), Silvia González Goñi (Lengüetazos literarios), Alberto García (La bitácora de la lengua) y Estrella López Aguilar (El timbre del recreo), entre otros. Estos artículos y un par de sesiones impartidas en el Máster de secundaria sobre Fomento de la lectura me han hecho leer, releer y reflexionar sobre la cuestión. Y he concluido que nuestras tareas en este campo se asemejan –se me disculpe la metáfora tan poco original- a las de los profesionales de la alimentación: nutricionistas, cocineros, camareros, maîtres, encargados de comedor… A saber:
1. Elaborar la carta con los diferentes menús. Mi estilo culinario, seguidor del gran chef Daniel Pennac (Como una novela: tres estrellas Michelín), se resume en “dar de leer”, esto es, ofrecer –como un buen restaurante vegetariano- una carta amplia, variada, de calidad y abierta a las sugerencias de los clientes. La que ofrezco a continuación es en gran parte de Antonio Solano (Repaso de lengua), otro gran restaurador, con unas pocas aportaciones propias, otras de mis parroquianos y algunas de mi hija:
Más listados de recomendaciones y recursos (de Toni Solano, Lu Domenech, Leer.es, SOL, Planeta Lector, etc.) y más bibliografía sobre Animación a la lectura.
2. Animar y persuadir a los comensales para que prueben y disfruten de los platos, hablándoles de sus virtudes (de lo sana y beneficiosa que es la verdura para la salud), pero, sobre todo, usando variadas estrategias para hacérselos atractivos, apetecibles por su presentación, aromas, colores… Para esto vienen bien algunos conocimientos de técnicas publicitarias, marketing y motivación, que nos ayuden a despertar en ellos el deseo de leer, que al consumir los productos los «alumnos-consumidores» se vean recompensados con la satisfacción de ver cumplidas algunas aspiraciones y necesidades humanas, como pasarlo bien, sentir que progresan, sentirse queridos y/o sentirse valorados.
3. Supervisar y vigilar que las condiciones en el comedor sean las adecuadas para realizar la tarea.
4. Guiar la cata degustación distinguiendo ingredientes, matices, olores… para saborear con deleite los alimentos preparados. Educar el gusto y elevar, poco a poco, el nivel de exigencia de los comensales, sus conocimientos, su paladar crítico. Activando sus conocimientos previos (vamos a probar comida china, ¿qué platos chinos conocéis?, ¿qué peculiaridades tienen?, ¿qué menaje de cocina suelen utilizar?), haciendo deducciones e inferencias (¿qué tipos de salsas esperáis encontraros?, ¿estarán las verduras muy hechas o al dente?), identificando los principales elementos, los sabores que predominan, recapitulando y usando lo aprendido para preparar o buscar otra receta que hacer o probar.
5. Estar atento a las reacciones y comentarios de los comensales. Y a medida que vayamos conociendo sus gustos, intereses, necesidades, expectativas y su experiencia con la verdura, pasaremos a recomendar más atinadamente, sugiriéndoles una coliflor con besamel, ensalada de escarola, queso de cabra y frutos secos, unas sencillas vainas… o una hamburguesa rodeada de zanahorias chiquititas.
6. Comprobar y evaluar cómo se ha realizado todo lo anterior y efectuar los oportunos cambios para mejorar el número de comensales satisfechos, la calidad de los alimentos y la idoneidad de los platos elegidos para elaborar los menús.
Y todo esto para que adquieran el saludable hábito de comer verdura y lo hagan por salud… y por placer, ¡jo!
Como a mis alumnos a menudo se les indigestan los grandes platos de verduras -las coles de Bruselas les resultan flatulentas incluso con la hojita de laurel-, les ofrezco pintxos o tapas variados (narraciones, micros, cuentos…), unos sencillos y otros más elaborados, cocina clásica y nouvelle cuisine (relatos I, relatos II, microcuentos). Y el que quiere se puede traer el tupper de casa con la menestra de congelados, compartir sus comidas, cambiarlas con sus compañeros o en la red (libroscompartidos.com). Incluso permito que los que no conocen bien nuestra gastronomía se traigan preparada una receta autóctona, nos dejen probarla y luego nos cuenten qué lleva y cómo se prepara (resultaron ser cuentos populares chinos).
A la espera de que se encuentre la teoría que reúna relatividad y física cuántica, cocina tradicional y molecular, alterno lectura libre y lectura prescriptiva cuando busco que todos los alumnos trabajen determinados aspectos formales o de fondo. Y si lo que deseo es que manifiesten sus interpretaciones, emociones, reflexiones…: la tertulia. ¿A quién no le gusta contar sus descubrimientos gastronómicos, buenos o malos, o charlar con los demás en un menú degustación sobre los sabores, esencias, claves de los platos? Cuando es lectura libre las tareas posteriores a la lectura (si las hay) van encaminadas sobre todo a compartir: reseña, redacción creativa, presentación oral del libro leído, incitar a los demás para que lo lean, etc.
Las TIC ayudan a difundir gustos y recomendaciones (en experiencias maravillosas como Kuentalibros) y, como ya apuntó Toni Solano, tendrían que servir también para poder recoger y seguir el itinerario individual como lectores de nuestros alumnos, como si de un historial médico se tratara, con sus lecturas, sus valoraciones, nuestras impresiones, intuiciones, diagnósticos… Es una pena que cuando –después de un año- conocemos sus gustos, personalidad, logros…, esa información se pierda porque los alumnos-comensales pasen a estar a cargo de otro nutricionista.
Para terminar, mi agradecimiento a los grandes cocineros como Victor Moreno, José Antonio Marina, Luis Arizaleta, Teresa Colomer, Seve Calleja, Gianni Rodari…, a todos los que preparan sus menús del día en nuestras escuelas e institutos y a las sugerencias y propuestas de los comensales (gracias a ellos sé cuál es el bar de mi barrio que prepara los mejores pollos asados, se han añadido a mi lista un par de restaurantes latinos y recetas como el seviche de gambas y hasta me he animado a hacer «foodcrossing«).
¡Que aproveche!
Carlos Díez