Este 8 de marzo cedemos la palabra a nuestra compañera y amiga Marisol Antolín, profesora de lengua y literatura y trabajadora incansable por devolver a la mujer -escritora, científica, persona…- los méritos que se le han ocultado e incluso usurpado., y los derechos de que se le ha privado. Durante cinco cursos ha desempeñado el cargo de directora del IES Karrantza, centro que se incorporó, gracias a su iniciativa, en Comunidades de Aprendizaje.
Recién llegada a la blogosfera con Relatos y más, aprovechamos para darle la bienvenida. También podéis leer sus escritos en Facebook. Cada vez somos más… y mejores.
Marisol: nos sentimos muy agradecidos de contar contigo hoy en Tres Tizas.
Sin límites
Ayer salí del Juzgado al mediodía y decidí comer en un bar cercano y trabajar al mismo tiempo, después tenía una reunión con la Comisión de Derechos Humanos y debía leer unos documentos. Son momentos de mucho trabajo pues aunque en los últimos años las mujeres en mi país hemos conseguido algunos derechos, queda mucho por hacer y no es fácil cambiar las cosas en esta sociedad de convicciones tan profundas, tan arraigadas.
Estaba en un rincón del bar ya que aún hay muchas dificultades para que una mujer joven coma sola en un lugar público. Algunas lo hemos conseguido no sin antes pasar por el proceso de ser acompañadas de algún familiar masculino, y obtener su permiso para que nos sirvan de comer cuando estemos solas, de manera que hemos logrado nuestra parcela de espacio, de libertad. Somos un pequeño equipo de abogadas, a veces vamos en grupo, otras solas, depende siempre del trabajo que ese día tenga cada una. Tanto los clientes como los dueños del establecimiento ya se han acostumbrado, lo han asumido como un hábito y eso nos da cierta tranquilidad: comemos a la vez que trabajamos y volvemos en seguida, son jornadas interminables porque no es fácil convencer a tanta gente de que los cambios son necesarios en una sociedad que ve tan claro lo que debe ser.
Así que estaba comiendo el segundo plato, cuando oí una voz masculina en la mesa de al lado que le contaba a su mujer, a la que yo no veía muy bien pues iba cubierta con el hijab, las cosas que le habían sucedido en el trabajo esa mañana. No me había enterado de que habían llegado y volví a concentrarme en los papeles que tenía delante, por supuesto no me interesaba la conversación.
Sin embargo, a los pocos minutos elevó un tanto la voz y oí una parte de lo que contaba: «Ya le he dicho, estoy seguro de que a cualquiera de esos ancianos le dices que tiene la oportunidad de volver a vivir la vida que en breve va a dejar y te contesta que sí, estoy seguro. ¿Tú crees?, me dice. Estoy totalmente seguro, por mucho que hayan sufrido en la vida, incluso aquellos que hayan podido tener el mayor sufrimiento que puedas imaginar: una guerra, torturas… estoy convencido de que lo aceptarían, cualquiera lo haríamos, incluso habiendo sufrido lo peor en esta vida».
Desvié de nuevo la vista hacia mis papeles, pero mis ojos no llegaron a leer los documentos, la pregunta y la posible respuesta de aquellos ancianos que acababa de relatar mi vecino de mesa se habían adherido a mi cerebro como las raíces a un árbol, como no podemos imaginar las olas sin el ancho mar; y antes de hacerme la pregunta a mí misma ya me estaba contestando que respondería sin ninguna duda que yo no repetiría mi vida de ninguna manera; no fue pensado, fue algo profundamente sentido, no fue racional, fue algo emocional que emergía sin poderlo frenar, sin que nada pudiera arrancarlo ya de mí, sin poder controlarlo pero no queriendo controlarlo, porque los sufrimientos de cada persona son suyos, sentidos por ella, ninguno es peor que otro porque quien lo sufre tiene su forma de vivirlo y nunca es igual a la de los demás aunque aquello que lo provoque sea lo mismo. Porque ya no estoy segura de que seamos capaces de imaginarnos el dolor de otras personas, esos sufrimientos que se asientan y viven con nosotros y que son ese puñito que sientes en el estómago, que te lo retuerce un poquito de vez en cuando y que te recuerda que el sufrimiento sigue ahí, y que es muy posible que no se vaya nunca aunque esté agazapado, aunque esté tranquilo durante largas temporadas pero sabes que reaparecerá porque la crueldad humana es la menos comprensible, es la menos asumible.
Desde luego, yo no volvería a vivir mi vida, y precisamente por el sufrimiento vivido.
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