Tres Tizas

16 noviembre , 2009

Toda la pulpa es tuya

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-le dijo entonces el kiwi a la naranja.

castillo_barco_botella

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El escritor de micros viene a ser un desplazado, un tipo que huye de un incendio con lo puesto; la orden es salvar los muebles, tirar por la borda todo aquello que no sea imprescindible porque la inundación –sí, algo tiene de paranoico- o el naufragio es inminente.
Lo curioso es que llega a esa condición por puro perfeccionismo: debería hacerse mirar ese empeño de meter un barco cada vez más grande en una botella cada día más pequeña. Presentación, Nudo, Desenlace, Diálogo y ubicación espacio-temporal en el menor número posible de palabras.
Algunos de sus relatos más extensos terminaban con una afirmación de algún personaje. El tiempo le ha confirmado que con esos dos únicos mimbres –frase y acotación- podía haber construido la historia. Esos aforismos son píldoras narrativas, literatura liofilizada, con la que también –Vayamos por partes –dijo Jack el destripador/ ¡Miente, Pinocho, miente…! tropieza por la calle.

Una auténtica reválida para el que los escribe y para quienes los leen.


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19 febrero , 2009

Seremos breves

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Vemos la campaña de matriculación del Gobierno Vasco en favor de la Escuela Pública:

Leemos  (11/II/ 09) en la prensa:

acuerdo

25 junio , 2008

Mensajes perdidos

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Me hace llegar el editor Claudio Landete el volumen que recoge los trabajos premiados en el Certamen Andrómeda de Ciencia Ficción. Responde al sugerente título de Mensajes perdidos y tiene una contraportada elocuente que os paso a leer:

“El lenguaje, después de la piel y los sentidos, es la tercera barrera corporal del ser humano. Los límites e imperfecciones en la lengua empleada, repercutirán en la propia percepción del mundo.”

Colaboro en este libro con el humilde relato que podéis leer en esta entrada. La Colección Andrómeda, en su volumen Historia alternativa, le hizo también un hueco a Tal día como hoy, un viaje en el tiempo en régimen de Todo Incluido al que estáis -felices vacaciones- todos invitados.

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11 junio , 2008

Fuera de lugar

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Los dos jóvenes que acaban de entrar en el vagón del metro hablan a gritos, como si estuviéramos ya a media tarde, como si no fueran –Gregorio se cerciora mirando el reloj- las siete de la mañana.

Fernando, el de siniestros, se presenta en bermudas; como si el muy capullo estuviera de picnic, como si –Gregorio se asegura tocando la montaña de informes- no estuviera en la oficina.

Don Gerardo, el gerente, palmea ostentosamente la espalda de Gregorio, toma con gesto cómplice el brazo de Gregorio, como si fuera su padre, como si el muy cabrón –Gregorio recuerda los dígitos de su menguada nómina- no le estuviera exprimiendo.

María, la mujer de Gregorio, lo besa con una sensualidad desmedida, con una ternura irrebatible, como si –Gregorio repara en los zapatos- no hubiera un tipo escondido tras las cortinas.

En fin.

Aster Navas.

Versión en catalán

28 May , 2008

Por ejemplo: llueve

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En nuestro mundo ocurren cosas increíbles. Son, paradójicamente, las más cotidianas.

Por ejemplo, llueve: mansa o furiosamente el agua cae del cielo.
Por ejemplo, nieva; cada vez menos, sí, pero de cuando en cuando nieva. Y no sé a usted pero a mí esa sustancia blanca me desconcierta.
¿Y los besos? ¿qué me dice usted de los besos? Esa costumbre de succionarse los unos a los otros con los labios; la manera, en fin, tan curiosa en que copulamos.
Y luego están las rebajas y… las escaleras: esa forma tan inquietante en que se pliega el suelo a las primeras de cambio.

Procuro no demostrar asombro. Abro el paraguas o pongo las cadenas al coche aparentando mayor contrariedad que sorpresa. Beso y me besan; me compro un abrigo en Mayo; en Octubre congelo el besugo que cenaré en Navidad.

En fin.

Y luego está el fuego. ¿Qué me dice, doctor, del fuego?

Aster Navas

Versión en catalán

7 May , 2008

¿Palabras?

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Se conocieron en el funeral de un amigo común.

Estoy tan… no sé; me siento tan… -dijo ella.

¿Consternada? -sugirió tímidamente él.

Se vieron durante un tiempo.

Tal vez… se me ocurre… claro que no sé qué pensarás tú. Tal vez podríamos vivir… -propuso ella.

Juntos -concluyó él.

Creo… claro que habría que confirmarlo… que estoy… -anunció ella, al de un par de años de casados.
Embarazada -dedujo él.

Vino después el desencanto y ella le reprochó lo que ya era un secreto a voces.

No es necesario que te inventes más congresos. Ya sé que este fin de semana has quedado con… ya sabes… tu -le espetó ella.

Amante -reconoció él.

Quiero que sepas que eres, eres… -se irritó ella.

¿Un canalla? -preguntó él.

No exactamente; eres… -insistió ella.

¿Un monstruo? -reconoció él.

No, no; es -lo tengo en la punta de la lengua- un adjetivo; eres… –ella

¿Odioso? –arriesgó él.

Sí, también, pero eres… eres… -se desesperó ella.

¿Despreciable? -aventuró él.

Eso mismo -le abrazó, aliviada: sin aquel tipo estaba perdida; no encontraba, ya saben…, las… sí, hombre, las…

En fin.

Aster Navas

Versión -adultos con reparos- sin autocensurar.

23 abril , 2008

Tres milímetros

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«La soledad es mala consejera»

José María Sbarbi, Proverbios y refranes

Crédito de la imagen: http://www.cnice.mec.es

Últimamente, amor, nadie me llama.

He buscado por si acaso mi nombre en la guía. Estoy -fíjate bien- en la cuarta columna de la página trescientos cuarenta y cinco: GARRIDO, Juan José.

Tres milímetros más abajo he tropezado contigo: GARRIGAS, Marta. No te conozco de nada pero me ha parecido ver en esa proximidad la mano del destino.

He marcado intrigado tu número. No he sabido qué responder a tu dígame: Lo siento. Tan sólo estaba comprobando -a veces es tan equívoca- la realidad.

He mirado la dirección y vives dos calles más arriba; según el buzón de tu portal en un tercero luminoso.

No me ha quedado más remedio -compréndelo- que sitiarte: emboscarme en el bar de enfrente hasta memorizarte; apostarme en el rellano hasta enamorarme. Tu marido -convéncete: esta misma mañana te ha dado un beso tan neutro…- te quiere menos que a mí mi esposa.

Al volver a casa ha sonado por fin el teléfono: GARMA, Claudia. Tan sólo -se ha disculpado- quería comprobar la realidad: últimamente nadie le llama.

Le he asegurado -no te preocupes- que eras la mujer de mi vida. ¡Cachis! ¡Por tres milímetros…! -ha dicho y ha colgado. Parecía despechada: seguro que había visto en el alfabeto el inconfundible dardo de Cupido.

¡La muy tonta!

Aster Navas

9 abril , 2008

La luz de Septiembre

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Aquellos partidos de futbito no eran buena idea. Con los compañeros de trabajo basta una relación laboral; como mucho un café, esa tregua en que uno pregunta, sin escuchar, por los niños y las vacaciones en Port Aventura.

No. No había ninguna necesidad de quedar como quedábamos todos los miércoles para dar cuatro patadas con más voluntad que acierto. A un servidor no le pagan por jugar a fútbol. Un servidor no tiene por qué hacer el ridículo en el campo y en la ducha. Un servidor no tiene por qué embroncarse como me embronqué con Suárez.

Porque fue Suárez, el de Siniestros, quien, al ver que le quitaba el esférico me llamó “cabrón”. Suárez en la oficina nunca –créanme- me hubiera llamado “cabrón”; Suárez en la oficina es un tipo diligente y reservado que sabe medir sus palabras. No; Suárez no era un hombre que se dejara llevar por el coraje.

Suárez, el de Siniestros, se limitó a proclamar algo que –ya en el coche, camino de casa, lo entendí- toda la asesoría sabía: mi esposa me traicionaba; me ponía los cuernos. Suárez me llamó “cabrón” y nadie en el terreno de juego se apresuró a desmentirle; nadie le afeó la conducta; nadie detuvo el juego para pedirle explicaciones.

¿Cómo no me había dado cuenta –como lo hice a partir de ese instante- de los susurros, de los comentarios a media voz, de la complicidad con que se miraban mis colegas? Todos –era evidente- sabían que era un pobre cornudo, un “cabrón” como sentenció Suárez en el polideportivo. Sí, ahora entendía las palmaditas de Martínez, el de Decesos; el gesto siempre condescendiente de Gálvez…

Era un “cabrón”. De eso no había ya ninguna duda. Lo inquietante –parecía, aún, tan enamorada- era con quién me engañaba mi mujer. Me pasaba las noches en blanco, desvelado por la certidumbre de que horas antes otro hombre había ocupado mi lado de la cama; recorría las habitaciones buscando un indicio indiscutible de aquel adulterio que era la comidilla de toda la Compañía; regresaba intempestivamente a casa con la intención de sorprender a los amantes.

Matilde acabó pidiéndome explicaciones por aquel comportamiento.

Sé, cariño, que me engañas con otro hombre –dije, esperando que la luz de Septiembre que entraba por el balcón endulzara mis palabras.

¿Quién te ha dicho semejante tontería? –se revolvió ella indignada.

Suárez, el de Siniestros, me llamó “cabrón” y Suárez -tú, cielo, no sabes lo educadito que es Suárez- nunca habla así, sin ton ni son –repuse.

Ella me abrazó entonces con una delicadeza que creía olvidada y me explicó con paciencia maternal que ese “cabrón” no debía tomarlo al pie de la letra, que ese tal Suárez se dejó llevar, sin duda, por la rabia y lo dijo en sentido figurado. Que a ella le llamaban a veces “verdulera” u “ordinaria” y que nunca –afirmó, hurgándose la nariz- había dado a aquellos insultos ningún crédito. Que en alguna ocasión incluso ella me había soltado algún “idiota”, “imbécil”, “tontorrón” o “calzonazos” pero que no tenía ninguna duda de mi capacidad mental; vamos que me sabía listo, avispado y con criterio pero que cuando la sacaba de sus casillas se le escapaban aquellos improperios.

Luego me colmó de besos e hicimos el amor en el sofá de cretona.

Yo mismo oculté la corbata de Suárez bajo uno de los cojines. Con lo ordenadito –créanme- que es Suárez en la oficina…

Aster Navas

2 abril , 2008

Mide tus palabras

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Creo, amigos, que hemos acertado -ya nos contaréis- con el título de esta colección de relatos:

-por su forma; son historias de bocado.

por su contenido.

Sí; Mide tus palabras.

 

Un abrazo; un besote; un ejemplo:

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