No pude olvidar durante mucho tiempo aquellos ojos negros que mi primer día en aquel mi primer instituto me espetaron al finalizar la clase: “-Todos los profes de Literatura vais de listos; nos tratáis como si fuéramos idiotas y os da igual lo que pensemos los alumnos”. Sólo pude -con la voz entrecortada- contestarle que no me juzgara a priori, que me dejase un poco de tiempo para confirmar o desmentir esa impresión y, que desde luego, ni todas las personas somos iguales, y mucho menos los profesores, por supuesto. Hablamos del año 1990: aquellos ojos negros tenían 19 años y yo unos poquitos más… Como el azar es caprichoso volví a coincidir con ellos, pasados unos años, en el pequeño principado andorrano y, tras la sorpresa y el saludo inicial, me confesaron que aquel día se habían equivocado. “Según te vi marchar por aquel largo pasillo, supe que me había equivocado”, me dijo. Afortunadamente para mí, unos cuantos años más tarde pude quitarme aquella espinita que tenía clavada en mi memoria. Pongamos que hablo de aquel añorado Curso de Orientación Universitaria (COU).
Imagen tomado de El Correo
Estos días he recordado aquella escena porque el azar -22 años más tarde- me ha devuelto al mismo centro y ya nada es igual. Los alumnos han cambiado, los profesores han cambiado y yo, naturalmente, también he cambiado… Actualmente doy clase en los primeros cursos de la ESO y cualquier alumno del antiguo COU me parecería ahora un angelito, comparado con algunos de mis actuales alumnos de Primero y Segundo de ESO. Y no exagero: “palabra de payo”. Este centro siempre se ha caracterizado por tener un alumnado -por decirlo, de alguna manera- un tanto especial. El centro está situado en un barrio de la periferia de Bilbao y se ha caracterizado siempre por tener familias humildes, hijos de trabajadores e inmigrantes interiores, castellanos y gallegos, principalmente. Desde hace unos cuantos años en el modelo A -impartido íntegramente en castellano- se han refugiado los alumnos de etnia gitana, los inmigrantes exteriores, de Bolivia y Colombia, principalmente y algún que otro autóctono despistado… Familias con problemas, familias “desestructuradas” -suelen llamarlas- y lo que te encuentras son aulas con chicos y chicas de 14 a 16 años, absolutamente desmotivados, desinteresados por prácticamente todo lo que enseñamos en clase y la pregunta que me obsesiona desde hace unos meses es qué podemos hacer con este tipo de alumnado. “Me aburro”, dice A. en 1ºB; “vete a tomar por culo” dice D. en 1ºA; “me suda la polla” dice S. en 2ºA; “qué hijo de puta”, remata J. para completar la serie… Alumnos que dormitan en sus mesas, alumnas que esperan cumplir la edad en la que poder casarse, alumnos obligados por la Ley -pero también por sus padres o tutores legales- a asistir seis horas diarias a una tortura que habla idiomas, que suma y dibuja, que escribe y lee, que resume y subraya…
¿Qué podemos hacer en estas situaciones?, me pregunto continuamente… Pues, en realidad, muy poca cosa: rellenar parte tras parte de faltas de comportamiento, expulsar al alumno al Aula de Guardia, habilitada al efecto y, si la cosa es muy grave, expulsar al alumno a su casa. Punto final. Muchos de estos padres no asisten a las reuniones con los tutores de sus hijos; no quieren problemas, sino soluciones; solo desean disfrutar del comedor y de la beca escolar… No hay responsabilidades paterno-maternas, no hay colaboración, no hay propuestas, no hay soluciones. Recientemente visitó Bilbao el psicopedagogo Joan Vaello Orts y pude asistir a una de sus conferencias: “Propuestas para mejorar nuestro trabajo en el aula”. Fundamentalmente –nos dijo aquella mañana de febrero- trataría de responder a estas cuatro preguntas: ¿cómo ayudar al alumnado con dificultades para aprender?; ¿cómo motivar a quien no quiere aprender?; ¿cómo mejorar el clima del aula? y ¿cómo gestionar los conflictos del aula? Y, claro, me venía como anillo al dedo… Muchas de las propuestas de Vaello -disponéis de muchas de ellas en la red– son muy valiosas para alumnos rescatables, pero un tanto inútiles para el alumnado al que me estoy refiriendo en este artículo. “Ellos son expertos en conflictos y nosotros debemos tener una preparación mental, una predisposición previa para dar una respuesta calmada pero firme”, me dijo cuando le pregunté si conocía alguna posible solución. “Despersonalizar los conflictos; implicarse sin complicarse o abrir las expectativas de este alumnado” son algunas de las pistas que me dio en aquella reunión. Pero nos insistió mucho en que “la Educación no es el resultado de esfuerzos individuales”, “lo que toca es la intervención en equipo”, que “hay que seguir unas claves, superar obstáculos y no quejarse”. “Sermones no; milagros sí”, nos dijo, convencido¸ y más aún, “detrás de cada problema, hay una carencia socio-emocional”.
El curso avanza inexorablemente a su fin y el desgaste físico, psicológico que suponen este tipo de grupos va creciendo o disminuyendo por momentos, por días, por semanas, pero llegamos extenuados -casi exhaustos- a la última clase del viernes… Aunque siempre se han interpretado equivocadamente las palabras de Jorge Manrique, yo, en este sentido, quiero repetirlas aquí y ahora: “cómo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor…” o, parafraseando lo que escribió Marco Tulio Cicerón en su primera Catilinaria: “quosque tandem abutere, cari alumni, patientia nostra!” No sé… quizá exista un pequeño principado en algún lugar del universo mundo en donde vuelva a coincidir con estos alumnos y podamos conversar, leer y escribir juntos… Por el momento, seguimos intentándolo…
Marcos Cadenato