Hay tornillos que afianzan las patas (hablar, leer, escribir y escuchar) que sostienen la mesa de la competencia comunicativa. Entre otros, la ortografía, que dota de corrección a los textos escritos, y el vocabulario, que enriquece nuestras posibilidades comprensivas y expresivas.
Desde la llegada de los portátiles al primer ciclo de la secundaria, pido a mis alumnos que creen dos documentos en su GDrive: «Mi vocabulario» y «Mi ortografía«. En el primero recogemos las palabras desconocidas que nos aparecen en lecturas y otras actividades. Las definimos, indicamos la lectura de la que proceden y añadimos a algunas una imagen ilustrativa y una oración en la que aparece usada (diccionario ilustrado y de uso). En el otro documento -el de ortografía- recogen las faltas provenientes de sus escritos y otros ejercicios y las colocan en una tabla de tres columnas con los colores del semáforo. Se les proponen variadas tareas para mejorar: la simple copia, hacer frases, retos como construir un texto coherente con el mayor número de palabras en las que han cometido fallos, colorear las letras en las que se han equivocado, páginas de Internet con juegos para practicar, etc. De vez en cuando, se comprueba -el profesor, ellos mismos, algún familiar o compañero- si estas tareas han surtido efecto. Si se ha corregido el error, esa palabra se mueve una columna hacia la izquierda (del rojo al amarillo, del amarillo al verde y del verde a la reserva) y si se persiste en el error, la palabra se mueve una columna hacia la derecha. Y así crean una especie de historial en el que pueden constatar sus progresos y animarse.
Hace unos meses han descubierto –con resonancias cerebrales- que aprender nuevas palabras tiene el mismo efecto que el sexo, activa las mismas zonas cerebrales, el centro del placer. No sé, no sé…; yo no veo que mis alumnos disfruten tanto cuando trabajamos el vocabulario, ni veo en las escuelas de idiomas caras de satisfacción. Tampoco yo sentí nada al aprender el significado de “mariseia”, término que usan en Brasil para referirse al olor a agua marina y que ha adoptado una editorial especializada en publicar libros brasileños, con títulos tan preciosos como “Yo podría recibir las peores noticias de tus lindos labios”, de Marcal Aquino.
Carlos Díez