Anagrama, palabra obtenida mediante la trasposición de las letras de otra palabra (amor y Roma). Hace tiempo comenzaba mis primeras clases pidiendo a los alumnos que realizaran anagramas con sus nombres, que se convertirían en los seudónimos con los que firmar sus redacciones. Con esta sencilla actividad pretendía crear un ambiente distendido, que perdieran el miedo al folio (o pantalla) en blanco, fomentar la creatividad, la imaginación y el aspecto lúdico del lenguaje, y sobre todo -lo confieso- sobre todo la actividad me permitía aprender rápido sus nombres, algo fundamental cuando se realizan muchas sustituciones en diferentes centros durante un curso.
Hace unos días he vuelto a recordar esta actividad al ver el juego tan divertido que planteaba Leonor Quintana en su Suplemento ocasional, el «éxito» de los acrósticos de Marcos Cadenato en este blog (¡ya van 100 comentarios!), releía las actividades para las primeras clases de Lourdes Doménech y su maravilloso anagrama, «tristezas«, creado para titular sus maravillosos micros cuando le cedimos la palabra en «Trestizas».
El punto de partida ni siquiera era original, pero he perdido la referencia y no he encontrado nada en Internet. Que me disculpe el autor de aquel anagrama que usaba como ejemplo para introducir el ejercicio: el capitán Garfio para huir de los niños perdidos se transformaba en Panfito García, revolucionario mexicano oculto en el poblado indio, o en Pía Gracia Font, escritora. Pero si la ocasión lo requería podía demostrar que esos seudónimos eran exclusivamente suyos, ya que estaban formados con todas las letras de su nombre. Para darle cierto lustre al ejercicio mencionaba algunos ilustres anagramistas como Lope de Vega y sus versos a Belisa (Isabel de Urbina) y H.A. Largelamb, autor de numerosos artículos para el National Geographic e inventor del teléfono. Hoy añadiría a Tom Marvolo Riddle y su anagrama «i am Lord Voldemort».
Luego intentábamos adivinar qué compañero se escondía tras cada seudónimo (o seudónimos) anagramático. Y les pedía que describieran al personaje que habían creado con su nombre. Qué físico, oficio, vestimenta, lugar, aficiones, personalidad… les sugería (¿connotaciones se llaman?). Y, prestándome como modelo, fui Cólsar, pirata de los mares del sur, As Crol, detective privado, S(usan) Carol o Coral, escritora de novelas de amor…
Por último, el juego servía también para descubrir los matices de alias, sobrenombre, apodo, mote, apelativo, etc. Hoy aplicaría alguna ludotez -o ludotic- que recogiera, por ejemplo, el proceso de creación del anagrama, para hacer más atractiva la actividad y anadiría a la lista anterior «nombre de usuario», «nickname» o nick a secas. Hace unos días he vuelto a recordar mi primer nick: Omedes.
Carlos «Nicomedes», para servirles.