Tres Tizas

8 marzo , 2010

Marisol Antolín: «Sin límites»

Filed under: Te cedo la palabra — Etiquetas: , — Carlos Diez @ 1:30 pm

Este 8 de marzo cedemos la palabra a nuestra compañera y amiga Marisol Antolín, profesora de lengua y literatura y trabajadora incansable por devolver a la mujer -escritora, científica, persona…-  los méritos que se le han ocultado e incluso usurpado., y los derechos de que se le ha privado.  Durante cinco cursos ha desempeñado el cargo de directora del IES Karrantza, centro que se incorporó, gracias a su iniciativa, en Comunidades de Aprendizaje.

Recién llegada a la blogosfera  con Relatos y más, aprovechamos para darle la bienvenida. También podéis leer sus escritos en Facebook. Cada vez somos más… y mejores.

Marisol: nos sentimos muy agradecidos de contar contigo hoy en Tres Tizas.

Sin límites

Ayer salí del Juzgado al mediodía y decidí comer en un bar cercano y trabajar al mismo tiempo, después tenía una reunión con la Comisión de Derechos Humanos y debía  leer unos documentos. Son momentos de mucho trabajo pues aunque en los últimos años las mujeres en mi país hemos conseguido algunos derechos, queda mucho por hacer y no es fácil cambiar las cosas en esta sociedad de convicciones tan profundas, tan arraigadas.

Estaba en un rincón del bar ya que aún hay muchas dificultades para que una mujer joven coma sola en un lugar público. Algunas lo hemos conseguido no sin antes pasar por el proceso de ser acompañadas de algún familiar masculino, y obtener su permiso para que nos sirvan de comer cuando estemos solas, de manera que hemos logrado nuestra parcela de espacio, de libertad. Somos un pequeño equipo de abogadas, a veces vamos en grupo, otras solas, depende siempre del trabajo que ese día tenga cada una. Tanto los clientes como los dueños del establecimiento ya se han acostumbrado, lo han asumido como un hábito y eso nos da cierta tranquilidad: comemos a la vez que trabajamos y volvemos en seguida, son jornadas interminables  porque no es fácil convencer a tanta gente de que los cambios son necesarios en una sociedad que ve tan claro lo que debe ser.

Así que estaba comiendo el segundo plato, cuando oí una voz masculina en la mesa de al lado que le contaba a su mujer, a la que yo no veía muy bien pues iba cubierta con el hijab, las cosas que le habían sucedido en el trabajo esa mañana. No me había enterado de que habían llegado y volví a concentrarme en los papeles que tenía delante, por supuesto no me interesaba la conversación.

Sin embargo, a los pocos minutos elevó un tanto la voz y oí una parte de lo que contaba: «Ya le he dicho, estoy seguro de que a cualquiera de esos ancianos le dices que tiene la oportunidad de volver a vivir la vida que en breve va a dejar y te contesta que sí, estoy seguro. ¿Tú crees?, me dice.  Estoy totalmente seguro, por mucho que hayan sufrido en la vida, incluso aquellos que hayan podido tener el mayor sufrimiento que puedas imaginar: una guerra, torturas… estoy convencido de que lo aceptarían, cualquiera lo haríamos, incluso habiendo sufrido lo peor en esta vida».

Desvié de nuevo la vista hacia mis papeles, pero mis ojos no llegaron a leer los documentos, la pregunta y la posible respuesta de aquellos ancianos que acababa de relatar mi vecino de mesa se habían adherido a mi cerebro como las raíces a un árbol, como no podemos imaginar las olas sin el ancho mar; y antes de hacerme la pregunta a mí misma ya me estaba contestando que respondería sin ninguna duda que yo no repetiría mi vida de ninguna manera; no fue pensado, fue algo profundamente sentido, no fue racional, fue algo emocional que emergía sin poderlo frenar, sin que nada pudiera arrancarlo ya de mí, sin poder controlarlo pero no queriendo controlarlo, porque los sufrimientos de cada persona  son suyos, sentidos por ella, ninguno es peor que otro porque quien lo sufre tiene su forma de vivirlo y nunca es igual a la de los demás aunque aquello que lo provoque sea lo mismo. Porque ya no estoy segura de que seamos capaces de imaginarnos el dolor de otras personas, esos sufrimientos que se asientan y viven con nosotros y que son ese puñito que sientes en el estómago, que te lo retuerce un poquito de vez en cuando y que te recuerda que el sufrimiento sigue ahí, y que es muy posible que no se vaya nunca aunque esté agazapado, aunque esté tranquilo durante largas temporadas pero sabes que reaparecerá porque la crueldad humana es la menos comprensible, es la menos asumible.

Desde luego, yo no volvería a vivir mi vida, y precisamente por el sufrimiento vivido.

Mi dolor pasado era el acicate para ayudar a mitigar otros dolores de otras chicas, y con mi respuesta  insertada en mi mente como las raíces al árbol o las olas al mar, recogí mis papeles parsimoniosamente, los metí en mi cartera,  pagué mi comida y me fui a seguir trabajando, acompañada de un puñito que se empeñaba de vez en cuando en retorcer mi estómago. Dispuesta a dejarle que me oprimiera cuanto quisiera, caminé por la acera hasta llegar a la reunión.

Sabía que el puñito dejaría de apretar poco a poco durante la tarde.

Desde que conseguí acabar la carrera, no sin arduos esfuerzos por parte de mi familia materna para conseguir combinar el horario de todos los parientes masculinos para que me acompañaran los días de examen a la Universidad, y para dotarme de los medios tecnológicos necesarios para recibir las clases en casa ante la imposibilidad de acudir cada día al aula,  vivo en Riyadh y ayudo a niñas que están pasando por la situación que pasé yo misma años atrás y de la que la valentía de mi madre logró sacarme en un país en el que disentir de esa tradición era impensable, que incluso las leyes amparaban, y aunque ya queda poco aún amparan.

Un grupo de abogados hemos conseguido trabajar desde hace unos años con la Comisión de Derechos Humanos de Arabia Saudí para que se prohíban los matrimonios de menores, somos conscientes de que el final está cerca y la ansiedad se apodera un poco de nosotros algunos días, sería un avance más en una sociedad en la que los cambios apenas se dan y si se trata de los derechos de las mujeres son casi inexistentes, pero siempre hay alguien que abre camino aunque lo deje casi todo en esa andadura.

Después de la segunda audiencia judicial, mi madre retiró la demanda de divorcio que había solicitado en mi nombre. Cuando terminó aquella audiencia me dio un beso y un abrazo tan largos como las noches de invierno, me miró desde la profundidad oscura de sus ojos y creo que vi una tristeza en ellos tan grande como un mar en calma.

No volví a verla nunca más.

Cada vez veo más madres y más hijas besándose y  abrazándose al finalizar las audiencias, pero ahora la mayoría sí volverán a ver a sus madres, sí volverán a reír juntas,  tendrán largas conversaciones,  recuperarán un poquito de libertad y un retazo de felicidad. Y cada vez que lo veo pienso en mi madre, en que perdimos aquellos besos, aquellos abrazos, en que no tuvimos la oportunidad de un retazo de felicidad; y en cada una de esas ocasiones el puñito reaparece.

Entonces no, pero ahora sé que mi madre nunca estuvo de acuerdo, yo notaba que cuando mi padre preparaba mi casamiento con aquel amigo suyo de setenta y cinco años, ella no estaba ilusionada como las madres de mis amigas, yo la veía preocupada, muchas veces triste. La encontré mirándome en más de una ocasión, y recuerdo sus palabras el día anterior a la boda…, aquellas palabras acertadas hicieron que hoy sea más libre.

Las bodas en mi país se preparan minuciosamente y la mía no fue menos, desde que fui aceptada por el novio comenzaron aquellos preparativos: mis abuelas, mis tías, mis primas, el servicio. Eran preparativos alegres, bulliciosos, vi sonreír a mi padre más veces que nunca, no a mi madre, que ahora me doy cuenta,  participaba de una manera lenta, casi indolente, sin convicción.

Yo veía, observaba, escuchaba pero no entendía, no comprendía a qué respondían los gestos, las caras de mi madre, no sabía  en qué consistía la diferencia entre su forma de estar y la de las madres de mis amigas y las de mis primas, que también se casaban: todas las bodas seguidas como si de una carrera de fondo se tratara.

Ahora, pasados los años soy consciente de que intuía, de que había algo recóndito en mí que veía lo que yo no veía, porque los seres humanos tenemos a veces una consciencia perdida en algún lugar que  las costumbres, la ideología, la educación no dejan emerger, el entorno no permite que aquello que de alguna manera vemos, que aquello que nos avisa, se haga presente, que nos hagamos conscientes de ello, impide que lo veamos claramente.

Y yo no fui consciente de lo que me esperaba, no sabía a lo que me enfrentaba, porque así tenía que ser. Recuerdo que no sentía la alegría que manifestaban mis primas ante el maravilloso acontecimiento de sus bodas con hombres de no menos de ochenta años, pero tampoco sentía tristeza, ninguna emoción que pudiera definir de alguna manera, creo que era así porque mi madre nunca me había hablado de aquello como algo verdaderamente especial, maravilloso, de lo que debiera alegrarme. Ahora sé que con su silencio sólo preparaba otro futuro para mí, diferente, me  protegió de ese entorno que acoge de manera natural las tradiciones para que no las hiciera mías, para que no fuera una más; ahora sé que me protegió también de la terrible realidad que ella vivía con mi padre, ese ser que apenas me miraba. Ante él yo procuraba hablar poco para no encontrarme con su ira, con su malhumor, con su mirada…

Ahora sé que ella nunca se resignó, que ideaba un futuro bien distinto para mí, pero que le resultaba muy difícil en una sociedad en la que la mujer no decidía nada, en la que para todo tenía que contar con el permiso del marido, del padre, ser acompañadas por ellos para ir al trabajo, a la Universidad…

En una sociedad en la que el padre y sólo él decidía cuándo, cómo y con quién casaba a su hija, como le ocurrió también a ella, y como sé que no quería que me ocurriera a mí pero que ella sabía que era inevitable, que nada podía hacer porque nadie y menos una mujer podía ir contra la ley de mi país, ni contra las decisiones de su marido.

Ahora sé que lo maduró día a día y de alguna forma iba consiguiendo algo, pues yo no me sentía como las demás niñas de mi alrededor, no sentía ninguna emoción especial ante el que según las costumbres de mi país debía ser el día más feliz de mi vida.

No sabía a lo que me enfrentaba.

Llegó el día y yo estaba tranquila, sabía que era mi destino, sabía que mi padre debía decidir sobre mi vida y que decidió lo que decidía la mayoría de los hombres de nuestra cultura y yo creía que aquello era lo que tenía que ser. Aunque ese algo inconsciente que yo aun no sabía lo que era ni sabía que se iba a hacer consciente, me había perseguido en los preparativos de la boda de los que apenas participé,  pues ese  algo de niñez que me quedaba a mis once años y la actitud distante de mi madre lo conseguían, también me persiguió el día de mi boda y, sobre todo, cuando vi al que iba a ser mi marido.

Pasado el tiempo todavía me estremezco al decir mi marido, no puedo pronunciarlo sin que un rictus apenas imperceptible aparezca en mi boca, sin que sienta una corriente que me recorre entera, sin que mi cuerpo tiemble, sin que el puñito me retuerza el estómago.

Pero lo peor estaba por llegar.

Y llegó.

Y cuando llegó, recordé las lágrimas de mi madre, su cara seria cuando mi padre acordó la boda y mi dote: ochenta y cinco mil riyals, recordé sus gestos amargos cuando la felicitaban hermanas, amigas…, vi su tristeza, la alegría de primas, amigas, madres; y lo que no comprendía entonces  de la actitud de mi madre comprendí, lo entendí, aquello que era inconsciente se manifestó, se hizo consciente con toda su brutalidad, con todo su ser…

Allí estaba aquello que me rondaba en los últimos meses, eso que sentimos tantas veces a lo largo de la vida, que no sabemos qué es, que nos avisa pero no lo vemos y no verlo hace que cometamos errores, que nos encontremos con lo que no imaginábamos que nos esperaba.

Estoy delante del espejo de mi habitación acabando de arreglarme para ir a celebrar con el  resto de abogados uno de los logros más importantes para nuestro país: esta mañana se ha aprobado la ley contra las bodas de menores. Siento la alegría de un amanecer de verano y un retazo de amargura como una noche de invierno sin luna porque mi madre no está para disfrutarlo.

Han pasado quince años desde los acontecimientos que vivimos juntas y que ayudaron a que hoy podamos celebrar este triunfo de la razón y aunque  tengo ganas de llorar no lo haré porque sería un triunfo para mi padre y no puedo permitirlo.

Estaba preparando shikamba y kofta para mi marido cuando varias mujeres de mi familia entraron para decirme que mi madre acababa de morir, primero me dijeron eso y luego supe la verdad: mi madre murió por  la paliza que mi padre acababa de darle, pues había desobedecido.

Varios meses después de mi boda, cuando mi padre y mi marido acordaron que mi madre podía hacerme una visita, me miró y entendió en mi mirada que le estaba pidiendo aquello que ella me había dicho la noche anterior a mi boda que le pidiera si lo necesitaba.

La vi marchar con resolución y sólo la vi en tres o cuatro ocasiones más: cuando presentó la demanda de divorcio en mi nombre y en las dos audiencias judiciales posteriores, después de la segunda retiró la demanda sin explicar el motivo. Días después todos supimos sus razones. Mi padre no se conformó con pegarla cada día hasta conseguir que la retirara sino que siguió pegándola día tras día hasta matarla para  resarcirse de la humillación a la que ella le había sometido delante de otros hombres: le había desafiado, le había desobedecido.

Cuando en la noche de bodas entró en mí, porque eso fue lo que hizo, me sentí su propiedad porque ni me preparó ni me ayudó, me sentí como un objeto que se utiliza cuando se quiere y al que no hay que tenerle consideración pues está a tu servicio… no sentí asco, ni náuseas, ni repugnancia porque si hubiese sido así, seguramente habría domesticado aquellos sentimientos y habría aprendido a vivir con ellos que es lo que se hace  para sobrellevar aquello que es imposible pero que hay que llevar. No, no sentí nada de aquello, sino algo más profundo, más intenso, un puñito que no supe identificar, pero que me retorcía por dentro, y aquella nueva sensación cercana a un sufrimiento indescriptible supe que no era una herida más, ni mayor ni menor que la de otras personas, supe que lo vivido no se iría nunca, supe que aquel sufrimiento no lo podría domesticar, no me resigné, no asumí.

Nadie puede nunca llegar a medir el sufrimiento de los demás, nadie puede decir que un sufrimiento es peor que otro, pero no creo que nadie pueda entender mi padecimiento de niña de once años cuando me casaron con aquel hombre, cuando me acosté con él un día y otro y otro y cuando vivía en aquella casa, y le servía sus dátiles, shikamba, o su ensalada de verduras, o su té de pasas…, cuando me veía obligada a compartir momentos con sus otras tres esposas… Entonces recordé las palabras de mi madre la noche anterior a mi boda.

Cuando mi madre, para sorpresa de todos, retiró la demanda de divorcio la Comisión de Derechos Humanos contrató un abogado para continuar con el procedimiento abierto, el día en que se firmó la sentencia de divorcio, me agarré de la mano de mi abuela materna y le dije que quería estudiar.

Siempre que contemplo el mar pienso que la vida podría ser como él, sin límites, ese espacio en el que se  puede mirar más allá, tan lejos como tu idea de la libertad te permita, tan inabarcable que nada ni nadie te impongan el camino.

Marisol Antolín

12 comentarios »

  1. Lo imprimo para leerlo con tranquilidad un día como hoy. Sin formalismos ni tópicos, me gusta aprovechar este día para expresar algún aspecto sobre las mujeres y las lenguas: nombres de escritoras, algún relato… Hoy ha tocado el sexismo de la semántica: hombre público-mujer pública, solterón-solterona, secretario-secretaria… y otros más.
    Marisol, compartimos una época apasionante de debate y de educación. Espero con ansiedad poder volver a coincidir de nuevo pues sé que podremos ahora aportar más experiencia y la misma ilusión. Queda pendiente.

    Comentarios por Patxo — 8 marzo , 2010 @ 1:57 pm

  2. Bienvenida, Marisol, a este rincón educativo en donde la Lengua y la Literatura provocan reflexiones, emociones y presencias muy interesantes. Hoy, leyendo tu relato, he sentido también ese puñito en el estómago y he revivido las historias de otras muchas mujeres que siguen siendo maltratadas, humilladas y vejadas. Gracias por recrearlo un día como hoy; gracias por compartirlo con nosotros. ¡Felicidades!

    Comentarios por Marcos Cadenato — 8 marzo , 2010 @ 3:20 pm

    • Gracias por sentir ese puñito con nosotras, sobre todo con las que lo sufren de verdad.

      Comentarios por Mª Sol Antolín — 12 marzo , 2010 @ 7:53 pm

  3. Oportuna entrada para un 8 de Marzo.
    Lo imprimo en papel y lo comentamos. Sigue de trsite actualidad el sí de las niñas

    Un abrazo.

    Comentarios por Aster — 8 marzo , 2010 @ 4:33 pm

  4. Veo que no soy la única que necesita imprimir los textos interesantes para leerlos con calma… Bienvenida a la blogosfera, Marisol.

    Comentarios por Silvia González Goñi — 8 marzo , 2010 @ 6:44 pm

  5. Lo doloroso es que no es ficción. Un saludo, Marisol.

    Comentarios por Carlota Bloom — 8 marzo , 2010 @ 7:09 pm

  6. Tu relato me ha recordado «Mil soles espléndidos», uno de los libros que leímos en las tertulias de la Peña. Y ojalá un día la vida sea ancha como el mar, sin caminos marcados, mucho menos impuestos.
    Bienvenida de nuevo o bien hallada, Marisol.

    Comentarios por Carlos Diez — 8 marzo , 2010 @ 9:22 pm

  7. Al leer el relato y descubrir que no es ficción, todo se ha impregnado de un color gris.

    Me alegra descubrirte en la Red.

    Comentarios por Lu — 9 marzo , 2010 @ 4:17 pm

  8. Enhorabuena Marisol, sabíamos de tu faceta de gran profesora y de excelente directora. Ahora acabamos de conocer tu faceta de escritora. Qué suerte llegar a tanto. Estaremos al tanto de tu blog.

    Comentarios por blogge@ndo — 9 marzo , 2010 @ 10:06 pm

  9. Otro descubrimiento más para seguir con detalle. Un saludo, Marisol.

    Comentarios por Antonio — 10 marzo , 2010 @ 12:29 am

  10. Muchas gracias a todas y todos por esta acogida tan cálida, lo cierto es que el honor y el placer es mío, me encantó la invitación y me daba un poco de pudor, pues conozco a algunos y algunas de los que participáis y me encanta cómo trabajáis. He descubierto al resto y estoy encantada, seguro que participaré en ocasiones con comentarios y seguiré el blog porque es maravilloso compartir espacios de reflexión sobre la asignatura que impartimos y preocupaciones de otras índoles, no menos importantes, pues todo lo que ocurre en la sociedad influye en las aulas, y como docentes, podemos ayudar a que muchas actitudes cambien, tenemos un cauce inimaginable para ir transformando nuestro entorno hacia una sociedad mejor. Por supuesto, compartimos el gusto por la lectura y la escritura y eso ayuda mucho a seguir haciéndolo. Seguro que seguiré este blog con mucho interés(ya lo hacía), nos encontraremos en él y en otros foros para reflexionar y compartir nuestra pasión por la educación y la cultura, que es lo que nos hace libres.
    Muchísimas gracias a todos y todas,de verdad. Nos vemos.

    Comentarios por Mª Sol Antolín — 11 marzo , 2010 @ 9:45 pm


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