Este curso -como muchos de nuestros lectores conocen- estoy disfrutando de una Licencia de Estudios que el Gobierno Vasco me ha concedido a mí, a mi compañero Carlos, y a otros ocho profesores más para la realización de Objetos Digitales Educativos (ODEs), dentro del Programa Eskola 2.0. Este alejamiento temporal de las aulas me ha permitido experimentar algunas sensaciones educativas que quisiera compartir hoy aquí, en mi rincón favorito, a calzón quitao… Normalmente en situaciones como estas no es extraño oír “estoy aprendiendo un montón”. No, no es mi caso, bueno, corrijo: “estoy desaprendiendo un montón…”
Nunca hasta hoy había experimentado una sensación tan intensa como extraña. Nunca antes había preparado materiales, actividades, secuencias para otros, para alumnos y profesores imaginarios. Y reconozco que no es fácil. Al cabo de los años, uno aprende a conocer su clase, su asignatura, sus alumnos y a administrar sus tiempos. Nada de este bagaje profesional me ha servido para enfrentarme a la pantalla en blanco y empezar a escribir para otros. Desaprendiendo, que es gerundio…
Aunque el palabro tenga referencias publicitarias, para mí el verbo desaprender representa muchas de las actividades que he tenido que hacer este curso escolar. Desaprender a pensar que cualquier alumno puede hacer una actividad tal y como uno mismo la diseña previamente; desaprender a imaginar que cualquier profesor puede hacer lo mismo que uno mismo; desaprender a organizar y concebir la clase de una forma única y inequívoca; desaprender a trabajar de una hora concreta a otra del día; desaprender a …
Me ha ayudado mucho hablar con mis compañeros de travesía, con mis tutoras –especialmente con mi amiga Marimar Pérez, a quien agradezco sus certeras orientaciones- y me he encontrado en ocasiones un poco perdido, un poco solo ante el peligro, sin el apoyo de mi aula, mis alumnos o mi instituto. Hic et nunc, “yo soy yo y mi circunstancia” siempre me han servido como referencia, pero en esta ocasión he tenido que desaprenderlas y emprender mis obligaciones desde otro punto de vista.
También me ha servido mucho conocer de primera mano lo que otros compañeros piensan y plantean en sus clases y en sus asignaturas. Tras asistir a numerosos encuentros, jornadas, congresos y reuniones de profesores innovadores y compañeros que desarrollan su labor dentro de la filosofía dospuntocerista, tengo la sensación –la certeza diría, si pudiera- de que hay un momento de inflexión en el desarrollo de las TIC en el aula. Probablemente, y gracias al desarrollo del programa Escuela 2.0, las nuevas tecnologías ya no son ni tan nuevas, ni tan desconocidas ni se perciben como la panacea educativa. Las TIC han dejado de ser totémicas y se están convirtiendo, poco a poco, en invisibles; en necesarias, pero no imprescindibles; en fuente de conocimiento y no de frustraciones. El ordenador se ha metido en el aula y lo ha hecho para quedarse. Lo quiera o no un partido político, un ministro o un consejero de Educación concretos, la metodología y la pedagogía tienen que cambiar. No queda otra, no hay vuelta atrás, pero la vista –afortunada y gozosamente- se está dirigiendo hacia lo único que ha motivado todo este camino recorrido desde hace ya unos cuantos años. Lo que más nos interesa es aprender a enseñar y para eso hace falta despojarse de mucho, mucho lastre. Hay que desaprender muchos de los viejos tópicos y viejas técnicas que en las facultades y escuelas de magisterio y en la mayoría de universidades nos han inoculado a los profesores que actualmente estamos en activo. También hay que desaprender todo ese anacrónico dispositivo pedagógico.
Y lo que más estoy desaprendiendo es mi propia materia, la asignatura que imparto desde hace más de 20 años. Entre bromas y veras, este curso “hemos matado la Gramática”, “la Literatura ha muerto” en un intento de centrar nuestro trabajo en el alumno y en aquello que es realmente importante. El maestro Zayas me dijo en una ocasión en la calle Tribulete de Madrid que “con los blogs estáis haciendo digerible cosas que son totalmente indigeribles”. Sin entrar demasiado en materia –no es éste el lugar- sí estoy de acuerdo en que determinadas premisas, determinadas teorías, demasiados conceptos, algunas prácticas nocivas, muchos presupuestos apriorísticos y, sobre todo, procedimientos y actitudes perniciosas no tienen lugar en la Educación Moderna. Ni la Gramática ha muerto ni la Literatura ha dejado de servir: lo que ha muerto son las maneras anacrónicas, antipedagógicas y serviles con las que muchos docentes siguen enseñando Lengua y Literatura. Eso también hay que desaprenderlo. Yo estoy ya en ese camino, desde luego. Y quizá haya que desaprender también -al menos cuestionárselo- si la relevancia de una idea, de un planteamiento didáctico o de una metodología tienen patente de corso por el mero hecho de aparecer publicadas en un blog. Quizá nuestro amigo Felipe esté en lo cierto; máxime, si escucho este desternillante discurso del actor Eduard Farelo…
Quizá esta visión sea producto de mi propia situación personal, pero vislumbro en el horizonte un paisaje como el que describo. Llegará un momento en que la tecnología dará paso a la metodología y la pedagogía será el único eje en torno al que pivotará toda la Educación Moderna. Creo, sinceramente, que muchos profesores estamos apostando fuerte en esa dirección, incluso aquellos presuntamente innovadores y presuntamente modernos que utilizamos herramientas y plataformas 2.0. También ha llegado la hora de desaprender la 2.0. Siempre ha sido así, pero de cuando en cuando conviene recordar que los verdaderos protagonistas de la Educación son las personas, no las máquinas. Es hora de revisar conceptos, técnicas, metodologías, criterios… ¡Es hora de una profunda revisión! ¡Es hora de reformas, no de recortes!
Marcos Cadenato