Lo siento. A estas alturas de la peli siempre me acaba saliendo un post como éste, una entrada en la que le doy vueltas a lo que hacemos en el aula; necesito estas líneas de catarsis, de terapia de grupo.
Lo siento. A estas alturas de la peli siempre me acaba saliendo un post como éste, una entrada en la que le doy vueltas a lo que hacemos en el aula; necesito estas líneas de catarsis, de terapia de grupo.
Con motivo de la celebración del Día Europeo de las Lenguas (26 de septiembre), invitado por @londones a participar en un blog creado al efecto y, espoleado por los preciosos textos de @jlbracamonte y @lourdesdomenech, -todos ellos compañeros y, sobre todo, amigos- me atrevo a arañar superficialmente en mis recuerdos, dejándome acompañar de esa “ciega abeja de amargura”.
De Salamanca (José Luis Sánchez) a Blanes (Lourdes Domenech) y de Blanes a Bilbao. “De Bilbao, de toda la vida…”, bueno, desde hace medio siglo y, como tantos, a caballo entre Vizcaya (Bizkaia) y Palencia (Palencia). De padre sestaoarra -¡aúpa Kaiku!- y de madre palentina –sí, chiguito, sí-, en mi casa siempre han convivido pacíficamente el euskera y el castellano… Digo pacíficamente porque, en una familia monolingüe -absolutamente castellano-parlante- siempre han estado en el aire y hemos respirado palabras en español y en vascuence. Es curioso, en esta tierra siempre han estado marcadas política, social y culturalmente palabras como euskera, vascuence, vasco frente a castellano o español. En mi cerebro infantil resonaban frases como “el chiguito corito se escolingaba por el arambol” y “bat, bi, hiru, lau, bost, sei, zazpi… euskaldunak, irabazi, aurrera!” y las entendía perfectamente y sin aspavientos –curiosa palabra, por cierto- tras la pertinente y necesaria traducción simultánea: “el niño desnudo se deslizaba por el pasamanos (de la escalera)”, “uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… ¡los vascos ganamos, adelante! Cuando uno desde pequeñajo come “carramarros” –karramarro, ´cangrejo´-, tiene el estómago “larri” –larri, angustioso, apremiante, grave´- y se queda “neque” en el coche –neke, ´cansado, fatigado, agotado´- no entiende los problemas políticos que crean los adultos, máxime cuando las primeras palabras que escuchó en euskera fueron “etorri hona!” (´¡ven aquí!´) en boca de Pablo, el portero de la finca de al lado, que hacía mucho tiempo que había venido de Salamanca…
Y llegó la escuela y “yo fui a EGB”… Por aquel entonces y –supongo- que por motivos políticos y de vecindad- estudié francés porque así lo quiso mi madre. “Je suis, tu es, il est…”, «Qu’est-ce que tu fais?» son expresiones que comenzaron a sonar familiares en mi vida diaria. Y llegó el instituto y con él dos lenguas más : el latín, porque así lo exigía el antiguo BUP y el inglés, porque así lo quiso mi madre. «Dimidium facti qui coepi habet«, se entremezclaba con «I´am Marcos, a new student» ”y la vida siguió, /como siguen las cosas/que no tienen mucho sentido”, como los conceptos de contaminación lingüística, lengua común, interferencia lingüística, dialecto… en la esponjosa mente infantil. Y en los años ochenta, llegó la Universidad y nuevas lenguas, nuevos ojos para comprender el mundo… Por motivos de formación académica llegaron mis primeras palabras en italiano –recuerdo mi primera frase: «Il libro è giallo«; por cierto, ¿alguien ha visto alguna vez un libro amarillo?-; por motivos profesionales, profundicé en la lengua de Bernat Etxepare: “hegoak ebaki banizkio, nerea izango zen”; y por motivos familiares, dejamos Palencia y nos trasladamos todos los veranos a Blanes, donde mis sobrinos me pedían “una pastanaga” y me repetían una y otra vez “plou poc, pero para el poc que plou, plou prou” o “a cap cap cap que Déu deu deu durus” (“llueve poco, pero para lo poco que llueve, llueve bastante”, “en ninguna cabeza cabe que dios deba diez duros”).
Y, casi sin darnos cuenta, estamos en 2013 y ayer –sí, ayer, casualidades de la vida-, ayer mismo, comentaba con unos amigos que es muy frecuente en Euskadi usar expresiones como “dinero atrás” para referirse a la pedrea de la lotería nacional; “descambiar una camisa”, por cambiarla; “al cabo de año” para conmemorar el aniversario de un fallecimiento… expresiones que no son fácilmente entendibles fuera de nuestras fronteras, pero que aquí gozan de una vitalidad envidiable. Y es que, aunque uno haya estudiado Filología Hispánica, nunca deja de aprender, incluso en su propia lengua materna. Recuerdo que, no hace muchos años, entendí cabalmente por qué aquella asignatura en la que hacíamos circuitos eléctricos con pilas de petaca, figuras del ajedrez con pastillas de jabón Chimbo o copiadoras con glicerina y no recuerdo qué más productos… se llama Pretecnología; sí, sí, pre-tecnología, como ahora los chicos de la ESO estudian Tecnología… No hace mucho que comprendí la anáfora, epanadiplosis o cualesquiera figura de repetición fónica de que se trate que contiene el nombre de uno de los personajes más queridos de mi niñez y de mis añorados Chiripitifláuticos: el capitán Tan… Aún sigo admirado por las explicaciones que mi maestro de Latín, un extraordinario catedrático –hoy emérito- Don Santiago Segura Munguía, nos desgranaba en la Universidad; gracias a él, descubrí la magia de la etimología y entendí el significado de palabras como “estraperlo”, “capicúa”, “gringo”, “trabajo”, “laxante” o “lavabo”…
Decía Don Miguel de Unamuno “Filología es filosofía” y recuerdo ahora que una antigua profesora universitaria nos decía siempre que las lenguas “son gafas que nos permiten ver el mundo de una manera determinada”. Mi mundo, mi vida toda, está teñida de ideas, expresiones y palabras del castellano, euskera, francés, inglés, latín, italiano, catalán… y espero seguir tiñendo mi realidad con una paleta llena de colores, rellena de matices y pletórica de vida…
Marcos Cadenato
Una última entrada, amigos, antes de cubrir los muebles, cerrar el chiringuito, apagar la luz y bajar la persiana. Os queríamos acompañar en estas últimas horas de este curso que, bien mirado, empezó ayer mismo; coliflarnos entre vuestros últimos exámenes e informes; animaros y, en la medida de lo posible, robaros una sonrisa. Vamos, un post ligerito, como para un seis y medio;-)
Un consejo: relajaos. Vuestra nota no va a alterar lo inevitable. Hacednos caso: la suerte, la fatalidad, conocen atajos que no figuran en nuestro gps.
Una sugerencia: abrid el diccionario y echad un vistazo al término que define nuestra tarea. Sed rigurosos: lo sois con vuestros alumnos.
¿Hemos enseñado (3) o enseñado (2) o quizás enseñado (4)? Tal vez, en más de una ocasión -y eso es lo terrible- hayamos enseñado (1). Ojalá no nos hayamos enseñado (6) a enseñar (1).
Buen verano; feliz y merecido descanso. Moderación en bañadores y bikinis: no vayáis por ahí enseñándolo (5) todo.
Tres Tizas
En este cuento todo es mentira salvo algunas cosas: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia o fruto de la imaginación de los lectores.
Ya saben ustedes cómo son los lectores…
Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio de aquesta manera.
– Es el caso, amado consejero, que ha sido aqueste un año de vacas flacas y a punto estoy de tirar de tijera de donde fuera menester pues justas andan las arcas y hasta vuestros honorarios, querido ayo, corren peligro.
– ¡Glup…! Señor Conde -dijo Patronio temiéndose un ere- antes de tomar decisión tan delicada quizá debiérais saber lo que le ocurrió al Marques de Montoro.
El Conde preguntó qué le había sucedido mientras improvisaba mentalmente desafortunadas rimas (un poco de decoro, tesoro…) con tan sonoro (al loro…) apellido, preocupado ya por la moraleja con que debería finalizar el cuento.
– Correspondióle a aqueste señor un feudo en una situación que juzgó difícil y de la que resolvió salir recortando en prebendas, ferias y fiestas patronales amén de ahogando con impuestos, gabelas y aranceles a sus súbditos. Él mismo, para dar ejemplo, redujo de ciento veintidós a ciento veintinueve el número de cortesanos, prescindió de tres de los cinco bufones, de tres de los tres bibliotecarios, de uno de los nueve sumilleres, dejó sin centinela siete de las cinco almenas, convirtió la caballería en infantería ligera, y se comprometió a salir de picos pardos única y exclusivamente los cuatro últimos sábados de cada mes, salvo si aquestos cayeran en Cuaresma, en cuyo caso los recuperaría en diferido.
La quiebra del curtidor provocó la del alfarero; la de aqueste, la del molinero; la de aqueste echó al monte al panadero; acá y acullá se extendió la ruina. Aquesta forma de proceder sumió a sus siervos en la pobreza y soliviantólos; empujólos a probar fortuna en otros reinos; hizo huir hacia destinos más rentables a las caravanas de comerciantes (coméos antes los guisantes, tunantes…); sumió al castillo en la tristeza y el desgobierno y lo dejó inerme.
Aprovechó aqueste despropósito el duque de Madina (le vinieron entonces al Conde a la cabeza pamplina, medicina, sobrina, gorrina y -aquí sonrojóse- empina) que apenas encontró resistencia cuando tomó con sus huestes la fortaleza y colgó su pendón en la torre del Homenaje (guaje… cuida ese lenguaje, malaje…)
Vos, señor Conde, abrid y adecentad caminos, construid puentes, molinos, hospitales; comprad -y leed- libros; aligerad la muralla de aduanas; aseguraos de que nunca falten en la plaza juglares ni perroflautas; de que aquesta villa esté en la ruta de la farándula y del circo. Velad noche y día por la seguridad de los vuestros y no escatiméis en cuidarlos, educarlos y protegerlos porque así también se protegerá vuesa merced (corred, pardiez, corred…)
El Conde Lucanor siguió aqueste consejo, obró en consecuencia y como fuele bien mandó ponerlo en aquesta bitácora y resumiólo finalmente en aquestos prudentes versos (que no le hacen -ninguna- justicia):
Quien mucho la bolsa cuida,
su riqueza dilapida.
Nuevos cuentos del Conde Lucanor
No pude olvidar durante mucho tiempo aquellos ojos negros que mi primer día en aquel mi primer instituto me espetaron al finalizar la clase: “-Todos los profes de Literatura vais de listos; nos tratáis como si fuéramos idiotas y os da igual lo que pensemos los alumnos”. Sólo pude -con la voz entrecortada- contestarle que no me juzgara a priori, que me dejase un poco de tiempo para confirmar o desmentir esa impresión y, que desde luego, ni todas las personas somos iguales, y mucho menos los profesores, por supuesto. Hablamos del año 1990: aquellos ojos negros tenían 19 años y yo unos poquitos más… Como el azar es caprichoso volví a coincidir con ellos, pasados unos años, en el pequeño principado andorrano y, tras la sorpresa y el saludo inicial, me confesaron que aquel día se habían equivocado. “Según te vi marchar por aquel largo pasillo, supe que me había equivocado”, me dijo. Afortunadamente para mí, unos cuantos años más tarde pude quitarme aquella espinita que tenía clavada en mi memoria. Pongamos que hablo de aquel añorado Curso de Orientación Universitaria (COU).
Imagen tomado de El Correo
Estos días he recordado aquella escena porque el azar -22 años más tarde- me ha devuelto al mismo centro y ya nada es igual. Los alumnos han cambiado, los profesores han cambiado y yo, naturalmente, también he cambiado… Actualmente doy clase en los primeros cursos de la ESO y cualquier alumno del antiguo COU me parecería ahora un angelito, comparado con algunos de mis actuales alumnos de Primero y Segundo de ESO. Y no exagero: “palabra de payo”. Este centro siempre se ha caracterizado por tener un alumnado -por decirlo, de alguna manera- un tanto especial. El centro está situado en un barrio de la periferia de Bilbao y se ha caracterizado siempre por tener familias humildes, hijos de trabajadores e inmigrantes interiores, castellanos y gallegos, principalmente. Desde hace unos cuantos años en el modelo A -impartido íntegramente en castellano- se han refugiado los alumnos de etnia gitana, los inmigrantes exteriores, de Bolivia y Colombia, principalmente y algún que otro autóctono despistado… Familias con problemas, familias “desestructuradas” -suelen llamarlas- y lo que te encuentras son aulas con chicos y chicas de 14 a 16 años, absolutamente desmotivados, desinteresados por prácticamente todo lo que enseñamos en clase y la pregunta que me obsesiona desde hace unos meses es qué podemos hacer con este tipo de alumnado. “Me aburro”, dice A. en 1ºB; “vete a tomar por culo” dice D. en 1ºA; “me suda la polla” dice S. en 2ºA; “qué hijo de puta”, remata J. para completar la serie… Alumnos que dormitan en sus mesas, alumnas que esperan cumplir la edad en la que poder casarse, alumnos obligados por la Ley -pero también por sus padres o tutores legales- a asistir seis horas diarias a una tortura que habla idiomas, que suma y dibuja, que escribe y lee, que resume y subraya…
¿Qué podemos hacer en estas situaciones?, me pregunto continuamente… Pues, en realidad, muy poca cosa: rellenar parte tras parte de faltas de comportamiento, expulsar al alumno al Aula de Guardia, habilitada al efecto y, si la cosa es muy grave, expulsar al alumno a su casa. Punto final. Muchos de estos padres no asisten a las reuniones con los tutores de sus hijos; no quieren problemas, sino soluciones; solo desean disfrutar del comedor y de la beca escolar… No hay responsabilidades paterno-maternas, no hay colaboración, no hay propuestas, no hay soluciones. Recientemente visitó Bilbao el psicopedagogo Joan Vaello Orts y pude asistir a una de sus conferencias: “Propuestas para mejorar nuestro trabajo en el aula”. Fundamentalmente –nos dijo aquella mañana de febrero- trataría de responder a estas cuatro preguntas: ¿cómo ayudar al alumnado con dificultades para aprender?; ¿cómo motivar a quien no quiere aprender?; ¿cómo mejorar el clima del aula? y ¿cómo gestionar los conflictos del aula? Y, claro, me venía como anillo al dedo… Muchas de las propuestas de Vaello -disponéis de muchas de ellas en la red– son muy valiosas para alumnos rescatables, pero un tanto inútiles para el alumnado al que me estoy refiriendo en este artículo. “Ellos son expertos en conflictos y nosotros debemos tener una preparación mental, una predisposición previa para dar una respuesta calmada pero firme”, me dijo cuando le pregunté si conocía alguna posible solución. “Despersonalizar los conflictos; implicarse sin complicarse o abrir las expectativas de este alumnado” son algunas de las pistas que me dio en aquella reunión. Pero nos insistió mucho en que “la Educación no es el resultado de esfuerzos individuales”, “lo que toca es la intervención en equipo”, que “hay que seguir unas claves, superar obstáculos y no quejarse”. “Sermones no; milagros sí”, nos dijo, convencido¸ y más aún, “detrás de cada problema, hay una carencia socio-emocional”.
El curso avanza inexorablemente a su fin y el desgaste físico, psicológico que suponen este tipo de grupos va creciendo o disminuyendo por momentos, por días, por semanas, pero llegamos extenuados -casi exhaustos- a la última clase del viernes… Aunque siempre se han interpretado equivocadamente las palabras de Jorge Manrique, yo, en este sentido, quiero repetirlas aquí y ahora: “cómo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor…” o, parafraseando lo que escribió Marco Tulio Cicerón en su primera Catilinaria: “quosque tandem abutere, cari alumni, patientia nostra!” No sé… quizá exista un pequeño principado en algún lugar del universo mundo en donde vuelva a coincidir con estos alumnos y podamos conversar, leer y escribir juntos… Por el momento, seguimos intentándolo…
Marcos Cadenato
“Ved de cuán poco valor / son las cosas tras que andamos / y corremos,/ que, en este mundo traidor, / aun primero que muramos / las perdemos. / Dellas deshaze la edad,/ dellas casos desastrados / que acaeçen,/ dellas, por su calidad,/ en los más altos estados / desfallescen”. Traía a la palestra estos versos de Jorge Manrique y su célebre Coplas a la muerte de su padre (1476) al establecer un ejercicio de intertextualidad, rastreando en la Historia de la Literatura el viejo tópico medieval del ubi sunt?, «¿dónde están?»(«¿qué se hicieron?», «¿cuál se para?»). Vamos que, tras largas deliberaciones y enumeraciones, se nos acaba mostrando que “todas las cosas de este mundo son, al final, perecederas, como la propia vida terrenal” y, claro, me resultó especialmente familiar esta situación hic et nunc…
En esas estaba –digo- cuando reparé que en muy poquito tiempo, unos ocho años, aproximadamente, hemos pasado del Carpe diem de las TIC -gracias, Lu, por el hallazgo sintáctico- al Ubi sunt? de las coplas manriqueñas… Quizá me pase como a la luna de Víctor Manuel: “luna llena, siempre envuelta en un halo de lunática tristeza”… Quizá sea tristeza, quizá sea cansancio, -quizá sea normal, no lo discuto- pero flota en este ambiente de recortes una suerte de escepticismo, de desánimo generalizado, de hartazgo y de pelín de saturación… Sin embargo, no quiero transmitir en este preciso momento ni siquiera un pequeño atisbo de duda, de desconcierto o de abatimiento. No quiero.
Desde los encuentros veraniegos y entusiastas de final del curso pasado Novadors en Alcoi y Aulablog en Peñaranda de Bracamonte, he tenido la oportunidad de participar en dos eventos más: la #kkd que organizó Antonio Garrido en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) y las II Jornadas de Buenas Prácticas en el CITA de Peñaranda y he visto mucho entusiasmo, muchas caras conocidas, pero también nuevos rostros y nuevos proyectos… Sigo pensando que el profesorado que se reúne esos fines de semana para seguir hablando de Educación, de Tecnología, de Lengua o de Historia no es para nada normal. Me explico: que doscientos o trescientos profesores se reúnan “con la que está cayendo” y sigan con actividades, proyectos, ideas, colaboraciones y propuestas educativas es asombroso; sin embargo, uno tiene la duda cada vez más viva de si todos estos años han sido un simple juego de artificio, un carísimo gasto de munición que no ha servido para nada… Viendo en lo que han quedado o van a quedar en las comunidades autónomas los diferentes programas de Escuela 2.0 y el nuevo Certificado TIC que el ministro Wert ha anunciado -pero que no acaba de ver la luz- a uno le entran aún más dudas…
Nadie dijo nunca que la Tecnología iba a resolver todos los problemas de la Educación, nadie dijo nunca que las TIC fueran imprescindibles e insustituibles, pero algunos sí dijimos –y continuamos diciendo- que la revolución en el aula –¡dejemos la Educación con mayúsculas!-, el día a día del proceso Enseñanza-Aprendizaje, el ten con ten entre profesor y alumnos no descansa sobre una antena de telefonía móvil o de una red eléctrica. No. El ordenador, el Ipad, el smartphone, el netbook, la pizarra digital, el proyector o el mismísimo Internet no sirven de nada si nuestra apuesta es simplemente tecnológica; previo al cambio técnico es preciso una nueva filosofía educativa, unos principios didácticos y metodológicos claros y precisos. Aquí es donde yo lo veo más negro: pasan los años y, quien más quien menos, enciende alguna vez el ordenador en el aula, se ha conectado a Internet para buscar una información, incluso ha abierto un blog en alguno de los cientos de cursos de Formación que se imparten por todo el país, pero seguimos anclados en las metodologías y las didácticas del siglo diecinueve, en su aspecto más peyorativo. Pido perdón por repetirlo una vez más, pero “si parece un pato, se mueve como un pato y habla como un pato”, no tengamos ninguna duda: “es un pato”.
Lamentablemente, aunque el tono de mi discurso pueda parecer lastimero –y quizá lo sea- en absoluto pretende manifestar mi satisfacción ante la práctica desaparición del programa Escuela 2.0, tampoco es un horizonte halagüeño contar en breve con estancias escolares en donde se vayan apilando los netbooks, ordenadores y PDIs, a medida que se vayan estropeando; en ningún modo, comulgo “con una política de recortes que nos deja sin futuro”, pero creo que ha llegado el momento en el que estamos obligados a echar el freno de mano y hacer un necesaria y profunda reflexión: ¿qué hemos conseguido hasta ahora en este ámbito?; ¿para qué ha servido lo que muchos profesores han hecho y están haciendo en este campo?; ¿dónde tenemos que poner ahora nuestra vista y fijar nuestros objetivos?; ¿qué hemos hecho mal y qué hemos hecho bien en la aplicación y el desarrollo de las TIC en el aula?; ¿podemos ser optimistas?; ¿otra Educación es posible?; ¿es necesaria?…
Marcos Cadenato
__________________________________
«Hubo una vez un hombre llamado Rousseau que escribió un libro que no contenía nada más que ideas. La segunda edición fue encuadernada con la piel de los que se rieron de la primera.» Thomas Corlyle.
Pasó el verano llegó el otoño, con él Tres Tizas. En esta estación de tránsito, un curso más iniciamos nuestras reflexiones a golpe de post.
Hacemos apología bloguera. Seguimos optando por las bitácoras, a pesar de los cantos de sirenas o el trinar de pájaros azules. Creemos en el blog como instrumento visibilizador y ahí, delante de la pantalla te encuentras tú, visible o invisible en la red, quién sabe. Este curso nos gustaría dirigirnos a las personas invisibles (como ya lo haría el EABE en marzo). Más que nunca es necesario animarte y ayudarte a hacerte visible (creo que con nuestro Te cedo la palabra lo hacemos desde el inicio): a ti que nos lees y aún no te has abierto un blog; a ti que en tu aula realizas actividades o secuencias interesantes; a ti que tu calidad profesional está contrastada, pero que nadie más allá de tu entorno cercano conoce; a ti que este año después de mucho tiempo no te han asigando plaza de internidad; a ti que no has podido hacer oposición (examen)…
Quién se acuerda de Maider Unda, Marina Alabau o Silvia Navarro. Nadie. Las conocimos en verano, pero se nos olvidaron cuando se apagó el pebetero. Ellas son las nadiedeportistas que hoy se habrán levantado a las siete de la mañana para perseguir otro sueño. Si diesen más espacios televisivos a las Unda, Alabau o Navarro y no a las Esteban, Pantoja o Tablada, no las habríamos olvidado cuando empezaron a «estar muertas«.
Los invisibles, los nadie: los hijos de los nadies, los dueños de nada, que escribió Galeano, los que ayer intentaron rodear el congreso pidiendo participar en la toma de decisiones más allá de comicios electorales y contra la acumulación de poderes. Resulta que los gobernantes (y sus voceros) solo vieron a seis mil, prueba irrefutable de que eran invisibles como los del quince de septiembre o la personas que hacen Huelga General hoy en Euskadi y Navarra.
Por el artículo 132 (ver microblog creado por Fernando Trujillo) del anteproyecto de la LOMCE , se dota de más poder al órgano unipersonal de dirección, quitando peso al Consejo Escolar. Menos poder para los nadie.
Un curso duro este ¿A quién no le ha visitado la decepción, pesimismo o impotencia en los últimos meses? A nosotros, los que escribimos Tres Tizas también, quizás nuestro tono bloguero se encuentre tocado. Nuestra inspiración espesa, nos preguntamos si seremos capaces de mantener el ritmo. Dudamos. Pero seguimos, con el corazón.
Jack Daniels (el entrenador, cuyo segundo apellido es Tupper) dijo que una carrera se corre los dos primeros tercios con la cabeza y el último con el corazón, quizás este curso lo transitemos con el corazón (eso significa que por lo menos nos quedan dos cursos y medio más de carrera) pero llegaremos a pesar de las dificultades, seguro que terminaremos la carrera.
Seguimos corriendo, subiendo, caminando, blogueando. Este curso lo hacemos pensando en los que nadie ve. Aquí, en comentarios un poquito más abajo, tienes un pequeño espacio de visibilización.
Te damos la bienvenida un curso más a este ramillete de sueños e «ideas rousseaunianas» que es Tres Tizas.
Gorka Fernández.
Este curso -como muchos de nuestros lectores conocen- estoy disfrutando de una Licencia de Estudios que el Gobierno Vasco me ha concedido a mí, a mi compañero Carlos, y a otros ocho profesores más para la realización de Objetos Digitales Educativos (ODEs), dentro del Programa Eskola 2.0. Este alejamiento temporal de las aulas me ha permitido experimentar algunas sensaciones educativas que quisiera compartir hoy aquí, en mi rincón favorito, a calzón quitao… Normalmente en situaciones como estas no es extraño oír “estoy aprendiendo un montón”. No, no es mi caso, bueno, corrijo: “estoy desaprendiendo un montón…”
Nunca hasta hoy había experimentado una sensación tan intensa como extraña. Nunca antes había preparado materiales, actividades, secuencias para otros, para alumnos y profesores imaginarios. Y reconozco que no es fácil. Al cabo de los años, uno aprende a conocer su clase, su asignatura, sus alumnos y a administrar sus tiempos. Nada de este bagaje profesional me ha servido para enfrentarme a la pantalla en blanco y empezar a escribir para otros. Desaprendiendo, que es gerundio…
Aunque el palabro tenga referencias publicitarias, para mí el verbo desaprender representa muchas de las actividades que he tenido que hacer este curso escolar. Desaprender a pensar que cualquier alumno puede hacer una actividad tal y como uno mismo la diseña previamente; desaprender a imaginar que cualquier profesor puede hacer lo mismo que uno mismo; desaprender a organizar y concebir la clase de una forma única y inequívoca; desaprender a trabajar de una hora concreta a otra del día; desaprender a …
Me ha ayudado mucho hablar con mis compañeros de travesía, con mis tutoras –especialmente con mi amiga Marimar Pérez, a quien agradezco sus certeras orientaciones- y me he encontrado en ocasiones un poco perdido, un poco solo ante el peligro, sin el apoyo de mi aula, mis alumnos o mi instituto. Hic et nunc, “yo soy yo y mi circunstancia” siempre me han servido como referencia, pero en esta ocasión he tenido que desaprenderlas y emprender mis obligaciones desde otro punto de vista.
También me ha servido mucho conocer de primera mano lo que otros compañeros piensan y plantean en sus clases y en sus asignaturas. Tras asistir a numerosos encuentros, jornadas, congresos y reuniones de profesores innovadores y compañeros que desarrollan su labor dentro de la filosofía dospuntocerista, tengo la sensación –la certeza diría, si pudiera- de que hay un momento de inflexión en el desarrollo de las TIC en el aula. Probablemente, y gracias al desarrollo del programa Escuela 2.0, las nuevas tecnologías ya no son ni tan nuevas, ni tan desconocidas ni se perciben como la panacea educativa. Las TIC han dejado de ser totémicas y se están convirtiendo, poco a poco, en invisibles; en necesarias, pero no imprescindibles; en fuente de conocimiento y no de frustraciones. El ordenador se ha metido en el aula y lo ha hecho para quedarse. Lo quiera o no un partido político, un ministro o un consejero de Educación concretos, la metodología y la pedagogía tienen que cambiar. No queda otra, no hay vuelta atrás, pero la vista –afortunada y gozosamente- se está dirigiendo hacia lo único que ha motivado todo este camino recorrido desde hace ya unos cuantos años. Lo que más nos interesa es aprender a enseñar y para eso hace falta despojarse de mucho, mucho lastre. Hay que desaprender muchos de los viejos tópicos y viejas técnicas que en las facultades y escuelas de magisterio y en la mayoría de universidades nos han inoculado a los profesores que actualmente estamos en activo. También hay que desaprender todo ese anacrónico dispositivo pedagógico.
Y lo que más estoy desaprendiendo es mi propia materia, la asignatura que imparto desde hace más de 20 años. Entre bromas y veras, este curso “hemos matado la Gramática”, “la Literatura ha muerto” en un intento de centrar nuestro trabajo en el alumno y en aquello que es realmente importante. El maestro Zayas me dijo en una ocasión en la calle Tribulete de Madrid que “con los blogs estáis haciendo digerible cosas que son totalmente indigeribles”. Sin entrar demasiado en materia –no es éste el lugar- sí estoy de acuerdo en que determinadas premisas, determinadas teorías, demasiados conceptos, algunas prácticas nocivas, muchos presupuestos apriorísticos y, sobre todo, procedimientos y actitudes perniciosas no tienen lugar en la Educación Moderna. Ni la Gramática ha muerto ni la Literatura ha dejado de servir: lo que ha muerto son las maneras anacrónicas, antipedagógicas y serviles con las que muchos docentes siguen enseñando Lengua y Literatura. Eso también hay que desaprenderlo. Yo estoy ya en ese camino, desde luego. Y quizá haya que desaprender también -al menos cuestionárselo- si la relevancia de una idea, de un planteamiento didáctico o de una metodología tienen patente de corso por el mero hecho de aparecer publicadas en un blog. Quizá nuestro amigo Felipe esté en lo cierto; máxime, si escucho este desternillante discurso del actor Eduard Farelo…
Quizá esta visión sea producto de mi propia situación personal, pero vislumbro en el horizonte un paisaje como el que describo. Llegará un momento en que la tecnología dará paso a la metodología y la pedagogía será el único eje en torno al que pivotará toda la Educación Moderna. Creo, sinceramente, que muchos profesores estamos apostando fuerte en esa dirección, incluso aquellos presuntamente innovadores y presuntamente modernos que utilizamos herramientas y plataformas 2.0. También ha llegado la hora de desaprender la 2.0. Siempre ha sido así, pero de cuando en cuando conviene recordar que los verdaderos protagonistas de la Educación son las personas, no las máquinas. Es hora de revisar conceptos, técnicas, metodologías, criterios… ¡Es hora de una profunda revisión! ¡Es hora de reformas, no de recortes!
Marcos Cadenato
A Mar García Bruña, Mar para los que la conocemos, podemos aplicarle lo que el otro día escuché a Fernando Trujillo «un sistema que no es capaz de acoger a gente de su valía es un sistema equivocado.» Licenciada en Derecho y Humanidades habla a la perfección italiano, portugués e inglés; profesora muchos años en la escuela para adultos aún no conoce lo que es la estabilidad laboral, una situación común para los de nuestra generación. La conocí en el Máster de Educación Secundaria en la parte específica de Lengua Castellana y Literatura, siempre pendiente de las incongruencias del sistema y crítica con cualquier aspecto que no facilitase el aprendizaje. Choqué en ocasiones con ella, es una firme defensora de sus opiniones, quizás por eso le aprecio lo que nos diferencia nos une. Durante estos últimos años ha padecido el ser opositora, quiere ser profesora de Lengua en un instituto. Su testimonio además de candente es necesario tenerlo en cuenta, porque un sistema educativo que no es capaz de acoger a gente de su valía es un sistema equivocado.
Llevo meses sin vivir en mí, pero como diría mi querido hermano, “hace días que me he salido del pellejo”. Y todo, absolutamente todo, es culpa del gobierno.
No se trata de escribir un monólogo plagado de topicazos, no. Se trata de un inconformismo reprimido desde hace demasiado tiempo que se ha estado gestando dentro de mí y que tenía que salir por algún sitio: no he explotado como una olla exprés, pero si esto no se soluciona, acabaré con una incómoda úlcera de duodeno.
Qué ha pasado, se preguntarán ustedes. Pues bien: Me llamo Mar y soy Opositora a profesora de secundaria en Andalucía. ¿Lo comprenden ahora? Claro que sí porque llevan leído en el periódico, visto en la tele y oído en la radio todo lo que está sucediendo: cuatro cambios de temario desde septiembre y la incertidumbre constante de estar en la cuerda floja y sin cama elástica debajo. ¿Se convocarán al final este año?
Les diré que esto de opositar a profesor no da el carné de “buen profesor”; solo se demuestra que se tienen unos conocimientos X sobre una materia X y mucha, mucha, mucha vocación burocrática. Desgraciadamente, ese no es mi caso.
Llevo muchos años dedicándome a la enseñanza (una de las formas con las que me costeé parte de mi vida universitaria fueron las clases particulares) y he dado clase a un público muy exigente: los adultos. Es un público muy difícil pero maravilloso. Son abnegados, pacientes, sacan tiempo de donde no lo hay, entienden y preguntan lo que no, te agradecen tu dedicación… nunca es demasiado para ellos y a mí se me han pasado las horas volando en sus clases. Además, te sientes como maestra de infantil: te conviertes en ejemplo, en transmisor de un conocimiento que les ha sido vetado por múltiples razones y es gratificante ver cómo, después de algunos meses, han conseguido expresar ese pensamiento crítico que antes no sabían ni que tenían. Si cuando empiezas te miran con desconfianza, cuando acabas te observan con veneración y no hay mejor regalo en el mundo que saber que has hecho bien tu trabajo.
Recuerdo a David. Es uno de esos alumnos que se te quedan grabados en el alma. Llegó con más faltas de ortografía que palabras podía escribir y acabó por sacar una notaza en su examen de lengua en la prueba de acceso a la Universidad. Poco después de ese examen, me dijo un día: “Gracias por haberme hecho existir. Antes no sabía expresarme, ahora puedo hacerme oír” En ese momento me emocioné muchísimo. Si me hubiera cogido ahora le habría dicho: “Querido mío, hacerse oír no significa que existas, siempre pueden cambiarte el temario a última hora o desconvocar unas oposiciones después de haberte gastado más de tres mil euros entre másteres, cursos y academias, sin previo aviso y como pura y absurda arma política”
Todos mis alumnos me quieren y han aprendido conmigo. Así que no entiendo por qué me niegan el derecho a poder enseñar, por qué me ponen tantas trabas y cortapisas, por qué nos tratan como rehenes de la ente política, por qué si formamos al futuro de España no nos dejan dar una educación de calidad, por qué no quieren que los jóvenes tengan un pensamiento propio y por qué dudan de que quien enseña sepa hacerlo. Hasta donde yo sé no ha habido ningún Ministro de educación que fuera profesor en activo y que hubiera sufrido en propias carnes oposición ninguna.
En cambio yo… YO SOY MAR, OPOSITORA Y BUENA PROFESORA. Y también tuve la suerte de encontrar profesores que me enseñaron a existir y a hacerme oír.
Mª Mar Gª Bruña.
He tenido durante mucho tiempo este artículo rondándome por la cabeza pero no me decidía a publicarlo porque no encontraba ni el momento ni el lugar. Cuando el mes pasado leí un comentario en un blog amigo, Profesor en la Secundaria, se me volvió a remover algo en mi interior. Reproduzco de nuevo aquel comentario:
“La verdad es que no les interesa [la riqueza léxica del idioma] porque creen que saben de sobra para manejar sus maquinitas y encima tenemos al enemigo en casa, el bilingüismo. Hoy les he preguntado palabras relacionadas con la navegación y uno me ha dicho que el año pasado hizo un curso de vela y aprendió muchas palabras sobre el barco, las velas, los aparejos… en inglés, y que no sabe cómo se dicen en español. Sobran los comentarios.” (PELS, 10 de enero de 2012 )
Aunque esta profesora se refiere a la convivencia o la interferencia entre el inglés y el español, no pude sino hacer un gesto de extrañeza cuando lo leí y lo releo nuevamente: “y encima tenemos al enemigo en casa, el bilingüismo…” No imagino ninguna situación de comunicación en el aula para poder pronunciar una frase como esta. «El enemigo en casa…» No lo entiendo.
He comprobado en numerosas ocasiones cuando he estado en Congresos, Jornadas y Seminarios por toda España que no existe la misma sensibilidad lingüística en aquellas comunidades autónomas que son monolingües. Quizá en la comunidades bilingües (Euskadi, Navarra, Cataluña, Galicia, Comunidad Valenciana, Islas Baleares), independientemente del nivel de diglosia o bilingüismo real que exista, hay una extraordinaria sensibilidad y respeto por todos los idiomas. Y no es una casualidad, que el profesor, filólogo y escritor, José María Romera, en uno de sus artículos periodísticos escribiera no hace mucho tiempo:
“Este país tiende a tratar las lenguas como banderas políticas con asta punzante y arrojadiza, en vez de velar por su conservación y su desarrollo como elementos valiosos del patrimonio cultural y herramientas vivas de comunicación o, lo que es lo mismo, de entendimiento.” (Las lenguas en el Senado en Juego de palabras en El Correo, 08-05-2010, pág. 7)
Esta situación se ha vivido en la Cámara Alta de las Cortes Generales de España, pero también se vive en nuestras calles. Todos conocemos a alguien que con disgusto y un cierto resquemor te cuenta cómo en tal pueblecito de Girona en una tienda solo le atendían en catalán; que en tal restaurante de otro pueblecito guipuzcoano solo le atendían en euskera… y no lo puedo negar, pero me extraña mucho porque vivo en Euskadi y veraneo en Catalunya. Me cuesta creerlo, pero siempre me he encontrado gente dispuesta a comunicarse, a ser amable, aunque de todo hay en la viña del señor…
Lo que más me llama la atención es que en determinados temas, todos somos filólogos, todos sabemos perfectamente qué hay que decir o escribir y no importa ni la Ortografía, ni la Nueva Gramática de la Lengua Española ni el Diccionario Panhispánico de dudas, ni la propia Real Academia Española… Y, claro, todas las opiniones no pueden ni tienen que tener el mismo valor. Recuerdo en un Congreso de Profesores de Español que en uno de los merecidos descansos surgió un tema de debate en la mesa: la convivencia de las lenguas como experiencia enriquecedora y necesaria. Sin embargo, no todos los profesores que allí estábamos pensábamos lo mismo. En concreto, yo citando de memoria a don Rafael Lapesa y su Historia de la Lengua Española -manual que todos los estudiantes de Filología deberían conocer- me atreví a afirmar que el castellano no era sino un latín vasconizado, y vaya la que se lió…
Quiero resarcirme ahora –por si mi interlocutor me leyese- y reproduzco unas palabras, no de Lapesa, sino de otro excelso filólogo, Emilio Alarcos Llorach:
El primer castellano, latín vasconizado
«No todas esas glosas están en romance; algunas se limitan a ofrecer un equivalente latino más o menos sinónimo de la palabra dificultosa; pero, además, y esto es lo curioso, un par de ellas no están redactadas ni en latín ni en romance, sino en vasco. Con lo cual estamos celabrando un doble milenario: el de los primeros testimonios escritos del castellano y del vasco.
Es interesante saber que en esos siglos persistía vivo el bilingüismo que indudablemente existió largo tiempo, desde los primeros intentos de romanización, en todas estas tierras del alto curso del Ebro, y que en gran parte, es responsable de las especiales características que adoptó el romance castellano. De otro modo: el castellano es en el fondo un latín vasconizado, una lengua que fueron creando gentes eusquéricas romanizadas.
Podemos aceptar, con todas las dificultades que presenta la interpretación precisa de esas gloras emilianenses, que éstas constituyen el primer ejemplo histórico de nuestra lengua escrita, reflejo de un habla reducida a límites geográficos muy restringidos, una más entre las variadas que se desarrollaron a partir del latín en la península«.
[Extracto del discurso del catedrático y académico Emilio Alarcos Llorach en el acto de conmemoración del Milenario de la Lengua Española, celebrado en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, Comunidad Autónoma de la Rioja, el 14 de noviembre de 1977]
Enlazando este con el post anterior de mi compañero Carlos, solo dos ideas finales para terminar:
•Qué importante es saber idiomas: Les Luthiers: Radio Tertulia.
•Solo los genios saben tocar así de bien las pelotas: Les Luthiers: Raphsody in Balls.
Lo dicho, no es país para filólogos…
Marcos Cadenato